Él se fue, así como si fuera un espíritu, desapareció después de llevarse una parte de mí, dejándome embelesada y con los labios hormigueando. En la puerta de mi propia casa, con mi padre en el comedor, ese hombre se había atrevido a besarme. Me llevé la yema de los dedos s los labios, sintiendo como me ardían.
Había sido mi primer beso. En todos mis veinticinco años, ningún chico, ningún pretendiente aprobado por mi padre, había logrado siquiera rozármelos. Y ahora, este hombre, este extraño de mirada intensa y manos callosas, me había besado con una pasión que hizo pedazos todos mis esquemas. Y no me arrepentía. Al contrario. Una parte de mí, quería desmayarse de emoción. Me había encantado.
Me quise relamer los labios, pero pensé que era indebido, demasiado íntimo. Sería como disfrutar de su sabor. Una parte de mí quería hacerlo por ese mismo motivo, pero la otra, la de puritana, me llevó a apretar los dientes con fuerza.
Fue al comedor con las piernas temblorosas, tratando de apa