Las palmas de mis manos se sentían calientes y escurridizas. El olor a pólvora y óxido penetró mi nariz. Parpadeé repetidas veces, percatándome que mi padre estaba en el suelo, retorciéndose bajo su propia sangre.
Sentí como se me erizara el vello del cuerpo.
Estaba otra vez aquí, en esta maldita habitación, observando como mi padre se ahogaba con su propia sangre al tiempo que la herida en su pecho comenzaba a llenarse del mismo líquido carmesí.
De pronto, una mano me empujó al suelo, obligándome a ver a la figura alta y trastornada: Charles.
—Eleanor murió por tu culpa —susurró, aunque su voz retumbaba en mis oídos—. Y ahora tú también.
La pistola se alzó, apuntando directo a mi cabeza. Sentía que no podía respirar, que no podía hablar, mucho menos moverme mientras veía a como su dedo presionaba lentamente el gatillo hasta que el sonido cortó el aire y el mundo se volvió oscuro.
Me senté en la cama de un golpe, un jadeo ahogado estrangulándose en mi garganta. Mi mano voló