El mundo me daba vueltas. Aún podía escuchar el eco de los disparos y los gritos resonando en mi cráneo. Mi cuerpo temblaba en contra de mi voluntad. Quería creer que era por la fría brisa del muelle, pero me estaría mintiendo a mí misma.
Mis ojos estaban clavados en la forma inmóvil de Charles en la cubierta. La sangre que había sido de mi padre, y ahora también suya, se sentía fría y pegajosa contra mi piel.
Entonces, él estuvo allí.
Frederick.
Cruzó la cubierta del yate en tres zancadas largas y decididas, esquivando el cuerpo de Charles sin siquiera mirarlo. Su rostro, que momentos antes había sido una máscara de hielo impasible, ahora estaba descompuesto por una angustia tan real y profunda que me partió el corazón.
—Charlotte —Su voz era un susurro ronco, cargado de una emoción que lo sacudía por completo.
Cayó de rodillas frente a mí, sus manos grandes y temblorosas acariciando mi rostro, revisándome en busca de heridas. Se sentía tan calidad, tan grandes y seguras.
—Dios, Cha