Estaba atrapada en un diluvio de sensaciones del cual no quería salir. El cuerpo de Frederick era un muro de músculo y piel caliente que me movilizaba contra la madera del escritorio mientras sus labios, sus dientes, sus manos, reclamaban cada centímetro de mi cuerpo con una urgencia que borraba cualquier pensamiento coherente que pudiera formular.
El olor a cuero, whisky y a ese aroma inconfundiblemente exquisito que solo puedo describir como Frederick, se mezclaba con el perfume de mi propio deseo desatado.
Sus manos, expertas y voraces, habían hecho trizas los frágiles botones de mi blusa. La seda rasgada fue arrancada sin ceremonia, seguida por mi sostén. El aire fresco del estudio rozó mis pechos antes de que su boca caliente los cubriera, succionando con una fuerza que me arrancó un grito ahogado, la piel me ardía a más no poder. Su lengua trazaba círculos de fuego, sus dientes mordisqueaban la zona con un dolor exquisito que se convertía instantáneamente en placer puro, líquid