Las horas pasaban y Frederick no salía de su estudio. De vez en cuando, pegaba la oreja a la puerta, pero no escuchaba nada. Todo estaba sumido en un completo silencio, como si no hubiera nadie, pero yo sabía que estaba ahí.
Me preocupaba mucho su silencio. Después de enterarse de la apelación, me imaginé que estaría vuelto una furia incontrolable, pero no era así. Este silencio… Era más peligroso.
Preparé un sándwich de atún y lo puse en la charola junto a un vaso de jugo. Subí nuevamente al estudio y toqué la puerta con mis nudillos, pero no hubo respuesta del otro lado.
Con el corazón en una mano y la charola en la otra, me atreví a abrir la puerta de madera.
—¡Largo! —gruñó la voz de mi esposo.
Estaba sentado frente a su escritorio, con la cabeza gacha, leyendo minuciosamente unos papeles que llevaba en las manos. Su ceño estaba fruncido ligeramente.
—Temo que no va a ser posible —dije con delicadeza.
Enseguida, sus ojos se encontraron con los míos y algo en su gesto endurec