Hablé con el paramédico, traté de explicarle lo mejor que pude lo sucedido, pero pareció no importarle mucho lo que tenía que decir. Hasta llegué a pesar que lo pasaría por alto, ya que estaba muy concentrado en atender a Ana y comunicarse por la radio en códigos que no lograba entender.
Pero todas mis esperanzas se derrumbaron cuando las puertas traseras de la ambulancia se abrieron de golpe, inundando el estrecho espacio con la fría luz de la madrugada y el caos organizado de la entrada de urgencias. Antes de que mis pies tocaran el asfalto, dos figuras altas con uniformes azules oscuros se materializaron a cada lado, bloqueando mi salida.
¿Quién fue el chismoso, los paramédicos o alguno de los empleados malintencionados qué insistía en echarme la culpa?
—Charlotte Darclen —dijo uno, su voz carente de toda inflexión, leyendo de una pequeña libreta—. Usted está detenida bajo sospecha de agresión grave que resultó en lesiones catastróficas. Tiene derecho a guardar silencio…
El mundo