La comisaría era un lugar de luces fluorescentes crueles, olores a sudor, café quemado y desinfectante barato, y un murmullo constante. Se escuchaban voces en todas direcciones y teléfonos que no paraban de sonar. El proceso de fichaje fue un ritual deshumanizante. Me quitaron mis pertenencias; el preciado teléfono que Frederick me había devuelto y mi bata, dejándome simplemente con el camisón que casi no cubría nada. Me obligaron a ponerme frente a una pared con marcas de altura al tiempo que una luz cegadora apuntó a mi rostro. Me desorientó por unos segundos, pero logré recuperarme. Tomaron la foto de frente, perfil derecho, perfil izquierdo. Cada flash capturaba mi rostro hinchado por el llanto, mi pelo revuelto, mis ojos inyectados en sangre y llenos de un pánico que ya se estaba convirtiendo en entumecimiento.
No quería estar aquí, no quería pasar por el mismo proceso que mi padre, como si fuera una criminal. Tanto que traté de hacer las cosas bien, mantener mi vida encaminada s