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Capítulo 7: El contrato del diablo

El taxi me llevó a la dirección que le pedí, la cual era mi antiguo departamento. No podía dejarlo todo ahí tirado, jamás se sabe que mañosos se les ocurrirá revisar mis cosas.

Metí lo que pude en un bolso y el resto en dos pequeñas bolsas de plásticas. Me aseguré de guardar las cartas de mi padre con cuidado. Nunca las he leído, pero algo me impide botarlas o maltratarlas.

Así mismo, guardé el anillo de matrimonio. Debí haberlo vendido, ya que costaba mucho, pero no lo hice, no pude. Esta joya era un recuerdo de mi amor y mi odio.

Fui hasta un alquiler de casilleros y lo guardé.

Ahora sí, ya estaba lista para enfrentar a la bestia.

….

Nunca estuve en la mansión de Frederick, ya que no sabía que tenía una, porque pensaba que era de clase baja. Cuando nos casamos, vivimos en la mansión de mi padre y a él pareció gustarle la idea. ¿Cómo no me di cuenta qué su objetivo era recopilar pruebas? Digo, hasta el día de hoy no he visto a ningún hombre ser feliz por vivir en casa de su suegro.

Y debía admitirlo, esta mansión era diez veces más grande e imponente que la de mi padre.

Antes de siquiera tocar el intercomunicador, la reja metálica se abrió. Miré a ambos lados, pero no había nadie, ni un guardia. Pasé, cruzando el jardín hasta llegar a la puerta principal, la cual estaba abierta. No tuve que usar la llave.

El imbécil sabía que vendría.

Me sobresalté cuando un hombre de ojos negros me interceptó.

—Señora Darclen, soy el jefe de seguridad del señor Lancaster —Se presentó con formalidad—. Por favor, acompáñeme.

Sin esperar respuesta de mi parte, se dio la vuelta y no tuve más opción que seguirlo. Llegamos hasta una puerta doble.

—La señora Darclen está aquí, señor —Anunció después de tocar la puerta.

No escuché una respuesta del otro lado, pero el jefe de seguridad me permitió pasar.

Entré con pasos dudosos, analizando el pulcro espacio de mármol. Era un estudio.

Frederick estaba en sus dominios, sentado en un escritorio de caoba. Vestía un traje lujoso y tenía en su mano un vaso de whisky.

—Bienvenida, princesa —Las comisuras de sus labios se levantaron, formando una sonrisa mezquina.

—Vine por Cenizas —dije, con los ojos afilados.

Como si lo hubiera invocado, Cenizas maulló. Seguí su voz y lo encontré en un rincón, estaba sobre un cojín rojo y a su lado tenía un tazón con restos de caviar. Se nota que lo estuvo pasando de maravilla.

—Cenizas, mi amor, ven aquí —dije, hablando con una voz más infantil y poniéndome de cuclillas.

El pequeño bulto gris me miró y me ignoró. Me quedé de cuclillas, con los brazos estirados y una mueca de sorpresa.

«Pequeño traidor»

Me puse de pie, fingiendo que nada pasó.

Frederick me miraba con la diversión bailando en sus ojos azules.

—Ten. Firma aquí —Me ofreció un documento y una pluma, dejándolas en el escritorio.

Arrugué la frente, acercándome a su territorio.

—¿Qué es? ¿Acaso me estás cobrando por los gastos médicos? —pregunté mientras tomaba el documento—. En mi defensa, yo no pedí que se me trasladara a una habitación pri…

Las palabras murieron en mi garganta al leer la primera parte del documento.

“Acuerdo de confidencialidad y servicios personales:

La parte A (Charlotte Darclen) proveerá servicios íntimos exclusivos a la parte B (Frederick Lancaster) por un periodo mínimo de un año.

La parte B proveerá alojamiento, gastos alimenticios y gastos médicos a la parte A por un periodo mínimo de un año”.

Leí con incredulidad, sintiendo como mi corazón se rompía en millones de pedazos… otra vez.

Él no me quiere de esposa, ni siquiera de novia. Quiere que sea su amante. Lo único que quiere es usar mi cuerpo.

—¿Me estás pidiendo qué me convierta en tu prostituta personal? —exhalé. Las palabras me sonaban amargas al salir de mi boca.

—Pensé en ofrecerte trabajo, pero no encuentro ningún puesto que seas capaz de desempeñar —Se levantó, rodeando el escritorio hasta quedar frente a mí—. Ni siquiera el dueño del bar tenía nada bueno que decir sobre ti. Te describió como la peor empleada que ha tenido. Además, tener trabajando a la hija del hombre que llevó a mi familia a la miseria en mi niñez, no sería muy bien visto.

—Eres una vergüenza —Le arrojé los papeles al pecho, la rabia y la tristeza tomaron control sobre mi cuerpo—. Sí, soy una horrible empleada; he roto al menos tres docenas de vasos en lo que va al año y tal vez dejé encerrado a mi jefe en su propio bar un par de veces, pero al menos me esfuerzo. Estoy haciendo lo posible por ganarme la vida con honradez para que tú vengas a tratarme como prostituta.

Me tomó de la nuca, enredando sus dedos en mi cabello rojo artificial. No retrocedí ni me aparté, no podía echarme para atrás como una cobarde.

—No es un insulto, Charlotte. Son negocios —susurró contra mis labios.

—No, no lo aceptaré.

Sus ojos eran letales, la amenaza estaba escrita en ellos.

—Te acabas de quedar sin vivienda, Charlotte. Por la actitud del jefe, parece que es cuestión de tiempo para que te despidan, no tienes ahorros y a tu gato le gustó el caviar —Llevó su otra mano a mi mejilla, apartando los mechones rebeldes—. Y no podrás pagar los gastos que se aproximan en tu futuro. Anoche, cuando te llevé al hospital, descubrí algo…

Se detuvo en el momento exacto en que sus dedos rozaron mi oreja al colocar un mechón rebelde. Mi cuerpo me traicionó y me estremecí.

—Aún te estremeces cuando te toco…

Me aparté de golpe en el momento exacto en que mi corazón comenzó a golpear con fuerza contra mi caja torácica. Odiaba seguir sintiendo cosas por él.

—Ódiame todo lo que quieras. Es más, lo espero con ansias —Sus ojos se iluminaban mientras me veía—. Te darás cuenta que mi oferta es la más tentadora que podrás conseguir. Vive un año más a mi lado odiándome a cambio de protección y cuidados que necesitarás.

Arrugué la frente, sin entender a lo que se refería.

—Eres un imbécil —Negué con la cabeza.

—Soy un hombre temperamental, princesa. Será mejor que pienses bien tu decisión antes de que sea yo mismo quien rompa el contrato.

—Puedes tragártelo si quieres —dije, dando unos pasos atrás.

Un celular comenzó a sonar y reconocí el tono enseguida. ¡Era mi celular!

Con tranquilidad, Frederick rodeó su escritorio y abrió un cajón, sacando mi cartera. El que había dejado en el trabajo.

—Casi se me olvida —Estiró su mano en mi dirección—. Tu jefe me lo entregó después de despotricar sobre tu inutilidad.

Lo tomé de mala gana y saqué el celular. Era de un número desconocido. Tomé la llamada.

—Buenos días —dije, dudosa.

—¿Señora Darclen? —Una voz masculina y serena habló del otro lado de la línea—. Soy el doctor Bennett, acabamos de recibir sus exámenes y necesitamos de su presencia urgente en el hospital.

La sangre se me heló al instante. La rabia y el odio que sentía por Frederick se fue extinguiendo al escuchar al doctor.

—¿A qué se refiere?

—Es mejor que hablemos de esto en persona. Por favor, venga lo más pronto posible.

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