••Narra Charlotte••

El sol se filtraba por la ventana y me molestaba en los ojos. Se sentía tan intenso y picoso, que enseguida supe que ya debía ser de tarde. Miré el reloj que estaba en la mesita de noche, confirmando mi teoría. Cuatro de la tarde.

Por un momento, permanecí quieta, tratando de ubicarme en el espacio y el tiempo. La habitación era demasiado grande, demasiado lujosa... demasiado familiar. No era la habitación del ala restringida.

«Era la habitación de Frederick»

Casi se me olvidaba que esta era ahora mi nueva habitación.

Giré la cabeza lentamente hacia el otro lado de la cama. Frederick dormía profundamente, su respiración pausada levantando levemente su pecho desnudo. Tragué saliva, disfrutando de la vista. Tenía que admitirlo, verlo dormir era uno de mis pasatiempos favoritos. Se veía tan vulnerable, tan humano. Las arrugas de la almohada marcaban su mejilla, y por un instante absurdo, sentí el impulso de alisar esas líneas con mis dedos.

De pronto, el r