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Capítulo 6: Ayuda de mi peor enemigo

Hacía mucho frío, sentía el cuerpo pesado y mis párpados se negaban a abrirse.

¿Cenizas?

Palmee mi regazo, pero no sentí a mi peludito compañero. ¿Qué? ¿Dónde estaba?

Abrí los ojos, ignorando el ardor y la molestia de la repentina luz blanca. Giré la cabeza, en busca de mi gatito gris, pero en su lugar, lo encontré a él, sentado en una silla, con las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos y una venda cubriendo sus nudillos. Su mirada era asesina, letal y especialmente dedicada a mí.

—¿Y Cenizas? —dije, sintiendo la voz raposa.

Observé mi alrededor, notando que estaba en una camilla, en alguna habitación privada. Esto no debe ser nada barato.

¿Cómo había llegado acá? Lo último que recuerdo es estar en el auto de Frederick, con mucho dolor abdominal y con mi gato recién encontrado.

—Tu bola de pelos está bien —Se pasó la mano por su cabellera negra—. Está en mi mansión comiendo caviar mientras que su dueña está enferma en un hospital.

—¿Y por qué…? —hablé con dificultad, con una sensación arenosa en la garganta.

—Porque eres tan idiota —habló con fuerza, interrumpiéndome. Sus palabras estaban llenas de frialdad, pero sus ojos parecían arder bajo combustible—. ¿Gastritis crónica? ¿Desnutrición? Te dejé un año sola para que experimentarás lo que es vivir en la pobreza y casi te mueres.

La vergüenza se alojó en mi pecho y mis mejillas.

—¡Déjame en paz!

—¿Este es tu “soy más fuerte de lo qué crees”? —rugió.

Parpadeé, recordando aquellas palabras. En ese momento me había sentido tan fuerte a pesar de que mi vida se estaba derrumbado, pensé que podía sobrellevar lo que se me atravesara en el camino. Pero la vida me golpeó tan fuerte que terminé de rodillas.

No me iba a quedar aquí a escuchar como me insultaba, como me humillaba y se burlaban de mi.

—Si te llegas a levantar, te amarro a la cama —Su voz amenazadora me dejó paralizada.

¿Cómo sabía lo qué estaba pensando hacer? ¿Soy tan predecible?

—Tú no eres quien para decirme que hacer —grité—. Eres un…

Un ataque de tos me atacó, cortando mis palabras.

De un momento para otro, él estaba a mí lado, colocándome un vaso de agua en los labios. Traté de agarrarlo por mi cuenta, pero me lo impidió. Me limité a beber hasta que el vaso estuvo vacío y si que lo necesitaba. Sentía como mi garganta agrietada se iba recuperando poco a poco con aquel líquido frío.

—Mírate nada más, tu cuerpo no fue hecho para soportar esta clase de vida —susurró, pasando su pulgar por mis labios húmedos.

Tragué saliva y me vi en la obligación de parpadear varías veces. Su toque era tan caliente, tan íntimo. Disparaba recuerdos de nuestro tiempo juntos, donde juraba que me amaba. Pensé que había enterrado esos recuerdos en una fosa de desechos tóxicos en mi mente.

Se alejó, colocó el vaso en la mesita de noche y depositó un sobre en mi regazo.

El contacto fue de segundos, pero bastó para alterar mi sistema.

Abrí el sobre con manos dudosas. Había un fajo de dinero y una tarjeta.

—¿Qué significa esto? —Arrugué la frente.

—Considéralo un acto de caridad para los más necesitados —habló con sarcasmo.

Sus palabras me quemaban como si me estuvieran pasando fuego por las venas en lugar de suero.

Me mordí el labio inferior.

—Dinero suficiente para que pagues un buen hotel y el número de un gastroenterólogo de primera calidad —añadió con indiferencia, alejándose de mí—. Descansa. Come. Toma agua. El doctor dijo que podías irte una vez que el suero se terminara. Y procura no volver a colapsar en un callejón.

—No necesito tu limosna —hablé, con los dientes apretados.

—No eres capaz de cuidarte por tu cuenta, Charlotte. Un humano normal hubiera sobrellevado esta situación —Me dedicó una mirada cargada de reproche—. Pero tú no. Eres la representación de lo que le pasa a un pájaro domesticado cuando es liberado en la naturaleza.

Y sin decir más, salió de la habitación, dejándome sola.

Apreté el fajo de billetes al sentir como mi visión comenzaba a cristalizarse por las lágrimas.

Tenía razón.

Pensé que podía sobrellevar la situación, salir adelante, pero solo me estanque y viví este año a base de las sobras que me arrojaba la gente. Y Frederick me lo estaba demostrando.

Sin la fortuna sucia de mi padre, yo no era nada.

Analicé la tarjeta del gastroenterólogo, que tenía escrito algo detrás.

“Tu bola de pelos es mi rehén. Si quieres recuperarlo, te espero en mi mansión”.

—Este hijo de puta —gruñí.

Este hombre parecía tener todo planeado. Y algo dentro de mí me decía que no tenía planes de soltarme ahora que me tenía en el alcance perfecto para torturarme.

Una vez que el suero terminó, una enfermera me quitó la intravenosa y me dejó sola, permitiéndome privacidad para poder cambiarme. Habían dos conjuntos. Mi ropa del día anterior y un vestido negro que no había visto nunca. Obra de Frederick, claro está.

Me estaba haciendo escoger, quería ver qué tan débil era, si iba a sucumbir fácilmente a los lujos a la primera oportunidad.

Apreté los dientes, siendo consciente que me estaba tratando como una mujer materialista por mis orígenes.

Sin dudarlo, me coloqué mi ropa del día anterior y salí de la habitación, yendo directo a recepción.

El dolor de estómago había disminuido, pero con solo pensar en los costos hospitalarios, podía sentir como la acidez comenzaba a hacer su trabajo.

—Charlotte Darclen —Le dije a la recepcionista.

—Ah, señora Darclen, sus gastos médicos ya fueron pagados —dijo la mujer, ofreciéndome unos papeles—. Por favor, firme aquí para darla de alta.

Obra de Frederick.

Hice lo que me dijo. Antes de que pudiera irme, me detuvo.

—Casi se me olvidaba, el señor Lancaster me pidió que le diera esto —La mujer me ofreció un sobre pequeño.

Salí del hospital con el sobre en mano y al abrirlo, era nada más ni nada menos que la dirección de la mansión de Frederick y una llave.

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