La oscuridad de la habitación era densa, rota solo por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. Frederick dormía a mi lado, su respiración profunda y regular, un contraste brutal con el torbellino en mi mente y… en mi estómago.
Podía escuchar como mis tripas rugían con ferocidad, aunque mi exesposo al parecer, ignoraba por completo mi estado. ¿No escuchaba? Juraría que el sonido que emergía de mi interior podía despertar a toda la mansión.
Las emociones de la cena, la pelea, las lágrimas… todo había consumido la cena que apenas probé. Ahora, mi cuerpo reclamaba un sacrificio con rugidos sordos que resonaban en el silencio. Intenté ignorarlo, hundiéndome más en las sábanas, contando ovejas, recordando todos los tratados de paz que ha tenido el país y el cual ninguno ha funcionado… pero era inútil, nada funcionaba. El hambre era una bestia insistente, más poderosa incluso que el agotamiento emocional.
A las 2:47 AM, me rendí.
Tenía que comer algo o terminaría d