42. El que causó todo
42
Blake
El chirrido violento de unas llantas rompió la calma del pequeño pueblo al que me había guiado Seraphina por teléfono. Apreté el volante con tanta fuerza que sentí crujir el cuero bajo mis dedos.
Salté de la camioneta sin perder tiempo, con el corazón desbocado y una furia tan densa que me quemaba por dentro. La desesperación me arañaba la garganta.
—¡¿Dónde está?! —rugí, mi voz estallando como un trueno en medio de la nada.
La anciana que me esperaba en el porche palideció y, temblorosa, solo atinó a señalar hacia el interior de la casa. No necesitaba más.
De una patada abrí la puerta, la cerradura voló hecha pedazos. Mis ojos encontraron de inmediato su figura en el suelo. Seraphina. Inmóvil. El rojo maldito de su sangre extendiéndose como una condena sobre las tablas.
—¡Sera! —grité, y me lancé de rodillas a su lado.
La tomé con el mayor cuidado posible, aunque me temblaban las manos. Era demasiado liviana… demasiado frágil.
—Se desmayó hace poco… estos huesos ancianos no