41. No podía perderla

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Sera

El coche comenzó a sacudirse y a hacer sonidos raros; había ido demasiado rápido, había forzado demasiado el motor. A lo lejos vi un pequeño pueblo polvoriento, como salido de otra época, iluminado apenas por unos faroles viejos.

El corazón me latía tan fuerte que me dolía.

Conduje a trompicones hasta que el coche se detuvo frente a lo que parecía ser una tienda de abarrotes antigua. Me bajé temblando, tropezando con mis propios pies, mientras miraba hacia todos lados, temiendo que el último de esos monstruos apareciera entre las sombras.

Una anciana de cabello blanco como la nieve, encorvada, pero con ojos increíblemente vivos, salió de la tienda con un farol en la mano.

—¿Niña? ¿Estás bien? —preguntó, su voz rasposa cargada de preocupación.

—Ayúdeme, por favor... por favor... —balbuceé, acercándome a ella con lágrimas en los ojos.

La mujer dejó el farol y me sujetó por los brazos con firmeza sorprendente para su edad.

—Vamos adentro, rápido —ordenó.

La seguí como pu
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