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Seraphina estaba en la sala, acomodando unos cojines en el sofá mientras Ryder terminaba de poner la mesa para el almuerzo. El ambiente era tranquilo, con el murmullo del ventilador de techo y el sonido de los cubiertos sobre los platos. Cuando los niños aparecieron, se notaba que tramaban algo.
—Mami —dijo Nikolai, el más valiente, con un papel de colores entre las manos.
Ella se giró, sonriendo un poco al ver sus caritas nerviosas.
—¿Sí?
Freya empujó a su hermano un poco.
—Dáselo.
—¡Ay, ya voy! —refunfuñó él, y extendió el dibujo con ambas manos temblorosas.
Era un papel grande, lleno de color. Cuatro figuras pequeñas tomadas de la mano con una figura más alta al centro. Todos tenían sonrisas grandes, corazones flotaban alrededor, y en la esquina alguien (probablemente Lya) había dibujado una casita con flores. Las letras irregulares decían:
“Te queremos, mamá.”
Seraphina lo tomó con cuidado. Lo miró en silencio durante unos segundos. Luego más segundos.
Sus labios temblaron apen