Vivamos recordando a las personas amadas.
A las dos semanas regresaron al apartamento en Nueva York.
El olor a pintura fresca aún flotaba en el aire cuando Zendaya se despertó esa mañana. Jean y Leonard, habían decidido hacer unos cambios. Ella se giró en la cama al despertar, y ninguno de sus alfas estaba a su lado. Se puso una bata y salió de la habitación. Ambos estaban en la nueva habitación de los bebés.
Jean estaba de pie sobre una escalera, pintando nubes con esponjas en una de las paredes celestes. Leonard, con el rodillo en mano, tarareaba una melodía suave mientras remataba los bordes cerca de la ventana.
Zendaya apoyó la cabeza sobre el marco de la pierta, con una sonrisa nostálgica. Una punzada dulce y amarga atravesó su pecho al recordar que su madre no llegaría a ver esta escena. Pero a la vez, sentía el corazón lleno por la entrega de aquellos dos hombres que no la habían dejado sola ni un segundo desde su pérdida.
—¿Ya estás despierta, mi luna? —preguntó Jean, al sentir su mirada y su olor tan cerca.