Zendaya se quedó paralizada, con los ojos abiertos, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No lo recuerda del todo, pero había algo en esos ojos verdes que la estremecía hasta lo más profundo.
Los murmullos se apagaron de golpe cuando la imponente figura del hombre se acerca más. Traje noscuro impecable, un ramo de flores blancas en un brazo, y uno de su seguridad con tres peluches. Su sola presencia hizo que varios invitados se pusieran de pie, como si de repente el aire se hubiera vuelto más denso.
—Disculpe… —balbuceó Claudine, frunciendo el ceño con visible molestia—. ¿Quién dijo que es? ¿Quien lo invito a esta fiesta?
El hombre levantó el mentón, altivo, y su voz retumbó con autoridad:
—No me he equivocado de lugar si es a lo que se refiere ni estoy loco. Soy Nikolai ivanov, ya se lo dije, soy el padre de Zendaya. Finalmente he encontrado a mi hija.
El silencio cayó como un bloque de hielo. Jean y Leonard se sobresaltaron, mirándolo con incredulidad. Reconocían el nombre: