Jean Bernard Moreau miraba su teléfono por quinta vez esa mañana. Sin mensajes. Sin respuestas.
Volvió a revisar el número. Era el correcto. El que Zendaya la loba hermosa que le gustaba había escrito con porque solo recibio un solo mensaje, después de aquella fiesta, entre risas, bailes, celo, caricias y miradas cómplices. Le había escrito tres veces desde entonces. "¿Llegaste bien?" "Pensé en ti. Te debo una canción." "Zendaya, ¿estás bien?" Silencio. Suspiró. Dejó el móvil a un lado y se dejó caer en el sillón de cuero de su estudio, en su penthouse de Manhattan. La ciudad se extendía bajo sus pies como una postal gris de concreto y ruido. —Tal vez está trabajando… —murmuró para sí mismo, como una excusa, como un consuelo. Ella era asistente de vuelo. Turnos largos, pocas señales. Tal vez no tenía WiFi. Tal vez no quería responderle por lo que pasó entre ellos. O tal vez… pensaba en Leonard. El nombre le quemaba el pecho. Desde que supo que también se habían reencontrado. No sabía los detalles, pero su amigo se mantenia soltero al igual que el. Leonard Bennett estaba de regreso en la ciudad. Y Zendaya había estado con él. Cerró los ojos, y como en un eco lejano, volvió a ser niño otra vez. Diez años atrás. Aula 4-B. Colegio privado Galloway. Zendaya dormía con la cabeza apoyada en su pupitre, los brazos cruzados bajo la mejilla. Era la hora del almuerzo. Todos los lobos del aula habían salido al patio, pero él se había quedado atrás, como tantas veces, escribiendo letras en su cuaderno de canciones. La miró. Su cabello castaño claro se deslizaba por su mejilla. Tenía los labios entreabiertos y la respiración tranquila, parece que habia tenido mala noche. En su bandeja metálica, su almuerzo estaba intacto. Él lo sabía. Siempre lo sabía. Ella no comía en casa. A veces su madre trabajaba tarde, a veces simplemente no alcanzaba. Sacó su propia lonchera, abrió su emparedado de pavo y lo cambió por el de ella, sin hacer ruido. —No te puedes concentrar si no comes —susurró. Y luego… la miró tan de cerca que sintió el corazón en la garganta. Su perfume era a libro nuevo y lápices recién afilados. Tenía una pequeña peca en la comisura del labio. Y su respiración suave se le metía en el pecho como una canción que aún no había escrito. No supo qué lo empujó a hacerlo. Solo lo hizo. Se inclinó… y besó su frente primero, temblando. Luego, sin pensarlo, rozó sus labios con los de ella. Apenas un segundo. Un roce. Un secreto. Ella no se movió. No se despertó. Él se apartó como si hubiera cometido un crimen. Su cara roja. El corazón, desbocado. —Un día… te lo diré —murmuró en voz baja—. Un día, cuando ya no seamos niños. Cuando seas mi esposa. Jean abrió los ojos de golpe, regresando al presente. Había querido decírselo tantas veces. Pero nunca se atrevió. Y ahora… ahora que la había tenido entre sus brazos, ahora que había probado el sabor de su piel y sentido su cuerpo temblar contra el suyo, estaba más perdido que nunca. ¿Ella lo recordaba como él a ella? ¿Le temblaba el alma con solo pensar en su nombre? Tomó la guitarra del rincón. Sus dedos, casi por instinto, comenzaron a tocar la melodía que llevaba semanas rondándole en la cabeza. Una canción con letras suaves. Una canción que era solo ella. —Esta vez no me voy a quedar callado… —susurró. Y grabó un audio. “Zendaya, si estás escuchando esto. solo quiero saber que estás bien. La canción de nuestras memorias ya empezó a sonar… y no pienso dejarla a medias. Llámame, por favor o enviame tu direccion, quiero disculparme correctamente.” Lo envió. Y por primera vez en días, esperó. En silencio. Por otro lado... —¡Maldita sea! —gruñó Leonard, golpeando el volante con la palma abierta. Estaba detenido frente a una farmacia, mientras su madre hablaba con el farmacéutico en italiano. La presión se le había bajado de repente en plena mañana como todos los dias de ese mes, al igual que aquella mañana cuando estaba con la mujer de su vida y él había tenido que salir corriendo del hotel sin siquiera decirle adiós a Zendaya. Sin su número. Solo dejándole una tarjeta estúpida de negocios. —¿En qué diablos estaba pensando? ¿Quién deja a la mujer que ama después de eso... como si fuera una extraña de una noche? —se regañó, pasándose la mano por el cabello. La madre regresó al auto con una pequeña bolsa. —Estoy bien, figlio, solo fue un susto —le dijo, con voz débil pero firme. Leonard asintió, besó su frente y la ayudó a subir. Más tarde, ya en la mansión de sus padres en las afueras de Boston, Leonard caminaba por el salón con la camisa semiabierta y el ceño fruncido. —¿Por qué justo ahora tuviste que enfermarte, mamá…? No pude quedarme con ella. No pude ni siquiera verla despertar —murmuraba, recostado en el sofá de cuero blanco, mientras se servía un trago. Zendaya. Su Zendaya. Se veia tan hermosa, incluso mas hermosa que en la preparatoria. La recordaba tan vívidamente cuando la vio en le jet privado, con el uniforme azul marino ajustado, su cabello recogido en un moño impecable, y ese logo de la aerolínea bordado justo sobre el corazón. —Claro… la aerolínea —dijo de repente, enderezándose. Sacó su celular y buscó entre sus contactos. Encontró a Kyle, un viejo colega del entrenamiento de vuelo. Leonard: “Kyle, ¿ocupado?” Kyle: “Para ti, no. ¿Todo bien, brother?” Leonard: “Necesito invitarte a almorzar si no estas ocupado… y necesito un favor.” Kyle: “M****a, suena serio. ¿Dónde y a qué hora?” Una hora más tarde, estaban sentados en un exclusivo restaurante con vista al río Charles. Leonard no tocó su comida. Jugaba con el vaso entre los dedos. —¿Recuerdas que mencioné que me encontré a alguien conocida en un vuelo? —dijo de golpe, sin rodeos. —¿La asistente de reemplazo del jet? Pensé que era otra conquista tuya, Leo. —No fue una conquista. Fue Zendaya. Mi loba favorita. —¿Zendaya? ¿La chica del colegio? ¿La rusa que te hacía la tarea? Leonard asintió. La mandíbula tensa. —La misma. Y la dejé dormida en una habitación de hotel como un maldito bastardo. Solo le dejé mi tarjeta. Ni un mensaje. Ni una nota. Solo eso. ¿Puedes creerlo? —Lo hiciste porque se te presento una emergencia y pensaste que estaria alli esperandote o que te iba a llamar ¿Y ahora quieres rastrearla? —Necesito saber en qué aerolínea trabaja. Sé que llevaba el uniforme de SkyOne Atlantic. El logo bordado me lo confirmó. —¿Quieres que revise las tripulaciones recientes? —Sí. Discretamente. Solo necesito saber quien es su jefe o base de vuelos. El resto lo haré yo. Esa noche, Leonard regresó a su habitación y abrió una caja de madera escondida en el armario. Dentro, había una vieja libreta de espiral. La abrió y, entre las hojas, cayó una pequeña foto. Era Zendaya, de niña. Riendo, con un algodón de azúcar en una feria. Jean Bernard había tomado la foto, y él se la robó del pupitre años después. Nunca la miró otra. Nunca pudo en la escuela desde el primer grado que comprtieron ni en la secundaria. Cuando intentó visitarla hace cinco años, luego de enterarse que la habian transferido casi terminando la secundaria, ya era demasiado tarde. Fue hasta la dirección antigua que tenía en manhattan, pero lo único que encontró fue una puerta cerrada y un vecino anciano. —¿Zendaya? —había dicho el hombre lobo—. Ah… la niña dulce. Su mamá enfermó, y se mudaron. Parece que no podian pagar esa casa. No dejaron dirección. Leonard había manejado por horas sin rumbo esa noche. Se maldijo entonces, y se volvió a maldecir ahora. —No voy a perderte de nuevo —murmuró al retrato infantil, con los ojos más tormentosos que nunca—. No esta vez. La proxima vez que nos veamos quiero conquistarte para que seas solo mia.