Una semana de recuerdos.

Horas después, estaban en el área VIP del estadio, rodeadas de luces, música y glamour. Zendaya llevaba un vestido negro ajustado y labios rojos. El sonido de las miles de personas coreando la canción se sentía en el pecho.

Y entonces... lo vio.

Allí estaba. Bajo los reflectores. Camisa plateada abierta, cadenas doradas, pantalones negros ajustados. Su cabello castaño despeinado como siempre, su sonrisa intacta. Jean Bernard Moreau.

Cantaba con esa voz grave que siempre la hacía temblar. Y en cuanto la vio entre el público, en medio del tumulto, se congeló por una milésima de segundo. Sonrió, con esa expresión suya de “ahí estás”, y sin parar de cantar, hizo una seña a su seguridad.

Minutos después, Zendaya y Aisha eran escoltadas a un espacio aún más exclusivo. Sofás blancos, champagne, aire acondicionado mas fuerte. La tarima estaba a centimetros y podian disfrutar mejor.

—¿Sera que le gustamos o nos sacamos algo? —preguntó Aisha, confundida.

—Lo conozco. Conozco a ese lobo—murmuró Zendaya.

—¿Queeeee?

Al terminar el concierto, Jean Bernard apareció en la zona VIP con una energía brillante y un aura imposible de ignorar. Se acercó directamente a Zendaya y la abrazó.

—Mierda... mírate —susurró junto a su oído—. ¿Cuántos años han pasado?

—Demasiados...creo que ya van cinco—respondió ella, sonriendo nerviosa— ella es mi amiga y compañera de trabajo

—Hola mucho gusto, soy Aisha, que bendicion que mi amiga te conozca. Eres mi Idol favorito, eres genial y muy lindo.

—Gracias por el alago. Vengan conmigo, ya terminamos aquí. Vamos a celebrar. Tengo un penthouse rentado aquí cerca. Solo gente de confianza.

La fiesta en el penthouse fue algo salido de una película. Música suave, luces bajas, copas elevadas. Se tomaron fotos juntos, rieron como en los viejos tiempos, compartieron números. Aisha se perdió entre los invitados y la comida, mientras Zendaya bailaba con Jean Bernard cerca de la terraza, con el aire cálido acariciando su espalda.

—No puedo creer que estés aquí —le dijo él—. Pensé que estarías en Moscú o estudiando administración o algo así. No supimos mas de ti.

—Si...Leonard y yo.

—Me encontre con el ayer por casualidad mientras reenplazaba a una compañera...

—¿En serio? El no me dijo nada, nos hemos mantenido en contacto. Aunque no como antes.

—Si... es una larga historia. La vida me llevó a otra ciudad, estoy en Queens y mira como me los encuentro —bromeó ella, y ambos rieron.

El se sonrroja cuando dan una vuelta y sus miradas se encontraron de nuevo.

Pero entonces sucedió. De nuevo. La sensación. Esa calidez ardiendo bajo su vientre. Su respiración se volvió inestable, y sus mejillas se encendieron. Las feromonas de él la estaban afectando.

Jean la miró con sorpresa al sentir sus feromonas.

—¿Zendaya...? ¿Estás…bien?

Ella no respondió, pero su cuerpo sí.

—Dios no puede ser.

—¿Estás en celo?

—Dame un momento...debe ser el champán, ayer me llegó mi celo y paso...no se porque me sucede esto.

Sin decir palabra, él la tomó de la mano cuando vio que algunos alfas de la fiesta ya estaban mirando a su direccion, la llevó por un pasillo hasta una puerta de madera pesada, digitó unos codigos y abrió. Al cerrarla, el ruido de la fiesta quedó atrás. El sabe muy bien cuando una Omega le llega su ciclo de calor ya que toda la vida estuvo rodeado de todo tipo de gente en todo momento por su carrera de Idol.

—Respira. No te asustes. Lo recuerdo… cómo eras. Siempre escondiendo todo —dijo, con voz suave. Necesitas estabilizarse. No tengo inhibidores, ni supresores, pero creo que mis feromonas te puedes ayudar.

Ella temblaba. Jean la atrajo con cuidado, y la besó. Lento. Profundo. Ardiente. Sin permiso. Sabe que si le pregunta se negaria y la pasaria mas dificil.

Sus labios bajaron por su cuello, mientras la acostaba boca abajo sobre la cama. Con movimientos suaves, subió su vestido, le quitó las bragas y levantó sus caderas. Zendaya jadeaba, perdida en la marea hormonal que no entendía.

Él acarició su piel, bajó a besarla allí, entre sus muslos. Lento al principio. Luego con hambre. Ella gritó su nombre, temblando, sin poder controlarlo.

—Jean...

Cuando su cuerpo se calmó, Jean Bernard no pudo soportarlo más, la giró y se colocó detrás de ella, sacó su erección y solo la frotó entre sus glúteos, sin penetrarla, gimiendo mientras la sujetaba con una mano por la cintura. Sus orejas y cola se manifestaron y sus feromonas la envolvieron

—Solo quiero sentirte... solo eso. Me estas volviendo loco—susurró.

Y así, rozándose, se vino con un gemido contenido. Su semilla caliente cayó por su carne, y parte se deslizó hacia su humedad… sin que él o ella lo notaran, una sola gota de semen forjaria su destino.

Ambos, agotados por el calor del momento, se acurrucaron, él en su espalda. Jean se quedó dormido de lado, abrazándola por la cintura.

Zendaya abrió los ojos antes que él. La habitacion estaba en silencio, se pregunto donde estaria su amiga y que habia pasado alli. Se movió con suavidad… y entonces lo sintió.

No llevaba ropa interior.

Se incorporó con cuidado, el corazón golpeándole el pecho. Miró al hombre dormido a su lado, sin camisa y la cremallera abajo. Su amigo de la infancia. ¿Habían…?

Se cubrió el rostro. No recordaba si él había entrado en ella. Solo sabía que debia salir de alli.

Y, lo peor de todo… no era la primera vez en esa semana que la habian ayudado a superar su celo tan irregular.

Busco su ropa interior se la puso y salio como una bala, no podria mirarlo a la cara si despierta, todo por no inyectarse antes de salir pensando que ya estaba bien, no encontro a su amiga pero vio un mensaje donde le decia que se habia ido con uno de los chicos del coro que la iban a llevar al hotel.

Zendaya arrastraba su maleta por el pasillo del aeropuerto con los hombros ligeramente caídos. Habían pasado cinco días desde aquel concierto, desde aquella fiesta… desde ambos encuentros.

Y aún no entendía qué demonios estaba pasando dentro de ella.

Suspiró cuando escuchó el pitido del mensaje en su teléfono. Era Luciana.

> “Zendaya, tu semana libre está confirmada. Buen trabajo estos días. Vuelve renovada.”

Una sonrisa breve le cruzó los labios. Una semana libre. Nueva York la esperaba.

Pero, más importante aún… su madre.

—¡Zenya, mi flor rusa! —exclamó su madre, Mila, cuando abrió la puerta del viejo apartamento en Queens.

Zendaya corrió a abrazarla, hundiendo su rostro en ese perfume de eucalipto y rosas que siempre la calmaba.

—Estoy aquí, mamá. Esta semana es solo para ti.

—¿Y mi estrella del cielo está bien? Te ves más… cansada de lo normal.

—Sí, solo… he volado mucho. Dormido poco —mintió con una sonrisa.

Durante esos días, fueron a citas medicas, cocinaron juntas, vieron novelas viejas y hablaron de todo… menos de Leonard. Menos de Jean. Menos de ese fuego que no podía sacarse de la piel. Aquel dia recibio algunas llamadas de Jean y ella solo respondió con un mensaje, que estaba bien, se disculpó y le dijo que tuvo que irse y no quiso molestarlo.

En la tercera noche, Zendaya cayó rendida en su cama. Y entonces soñó. Soñó con los dos.

Leonard la sostenía contra la pared, besándola lento pero con hambre. Jean Bernard le hablaba al oído mientras la abrazaba por detrás y sostenia su pecho mientras deslizaba su otra mano por su vientre.

Despertó sudando, respirando agitada, tocándose el pecho como si pudiera calmar los latidos.

—¿Qué me está pasando…?

Al regresar al trabajo, trató de enfocarse. Nada de pensamientos extraños.

Era solo otra jornada. Solo otra tripulación. Solo otro vuelo.

—Vuelo 728 con destino a Chicago. Confirmado, Zendaya, estarás en cabina delantera —dijo Marcos, su compañero de equipo—. Llevarás pasajeros ejecutivos. Mucho café, mucha paciencia.

—Perfecto —respondió ella, ajustando su moño y revisando el uniforme.

Ya en el avión, todo transcurrió con la precisión de siempre. Al menos hasta que una manita le tiró del uniforme.

—Señorita… me duele la barriga —dijo un niño de unos seis años, con gafas grandes y mirada tímida que viajaba con su abuelita.

Zendaya se agachó al nivel del pequeño.

—¿Necesitas ir al baño y no quieres despertar a tu abuelita?

El niño asintió rápido, apretando las piernitas.

—Vamos, yo te acompaño. Tu abuelita puede esperarnos sentada. Lo tengo.

Mientras guiaba al niño, la abuelita asintió agradecida desde su asiento cuando regresaron.

—¡Gracias! Se llama Benjamín, es su primer vuelo.

—Estás en buenas manos —respondió Zendaya con calidez.

Minutos después, otro pasajero, un señor de unos 80 años, tiritaba ligeramente bajo el aire acondicionado. Zendaya se acercó sin que él se lo pidiera, con una manta en mano.

—¿Le molesta si lo cubro, caballero?

—¿Usted es ángel o azafata? —bromeó él, sonriendo.

—Depende del día. Hoy me siento más ángel —rió ella mientras lo arropaba—. Si necesita algo, presione el botón, ¿sí?

—Solo más sonrisas como la suya.

Durante el servicio de bebidas, una señora elegante preguntó:

—¿Tienes acento del este de Europa? ¿Eres rusa?

—Sí, nací en San Petersburgo, pero crecí en Nueva York especificamente en manhattan —respondió mientras le servía té sin azúcar.

—Se nota que amas lo que haces. Se nota en cómo miras a la gente.

Zendaya se quedó en silencio un momento. ¿Amaba volar? ¿O era solo una manera de sobrevivir y escapar de su realidad cruda?

—Gracias… trato de dar lo mejor. Cada día.

Después del aterrizaje, ayudó a un adolescente nervioso a encontrar su mochila olvidada en el compartimento de atrás, consoló a una mujer llorando por su divorcio mientras servía café extra, y al final, cuando los últimos pasajeros bajaron, se recostó un instante contra la pared de la cabina vacía.

Marcos se le acercó, limpiándose las manos.

—Hoy fuiste extra brillante, Zendaya. ¿Todo bien?

—Sí… solo tengo muchas cosas en la cabeza. Extraño un poco… los días más simples.

—¿Simplicidad? Eso no existe para los asistentes de vuelo. —bromeó él—. ¿Quieres que te acompañe por un café cuando salgamos?

—Hoy no. Quiero estar sola. Quiero… pensar.

Esa noche, ya en el hotel, Zendaya volvió a soñar. Pero esta vez no eran besos ni caricias.

Era ella. En una habitación blanca. Dos globos de colores.

Y dos nombres de lobos latiendo en su pecho.

Leonard. Jean.

Ella siente como una corriente recorre su cuerpo y despierta de repente. Piensa que tal vez se estaba volviendo loca.

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