—Francisco, ¿seguro que no es urgente?
Él revisó un par de mensajes; todos eran alertas de llamadas perdidas del número de Rubén. Suspiró en silencio. Justo cuando iba a guardar el teléfono, este volvió a sonar. Era Leo. Contestó con voz tensa.
—¿Bueno?
—¿Francisco? Soy Leo. Necesito que vengas a casa de Rubén. Está muy borracho. —La voz de Leo, inusualmente grave, le sonó desconocida y le hizo pensar que algo realmente malo estaba pasando.
Bianca notó su indecisión y le tocó suavemente el brazo. Él la miró con la vista perdida. Ella asintió, comprensiva.
—Ve, no te preocupes por mí. De verdad. Ya me regreso al estudio y nos vemos otro día.
Todavía aturdido, Francisco solo pudo asentir. Observó cómo ella le dedicaba una sonrisa dulce antes de bajar las escaleras. Quiso llamarla para que se quedara, pero no pudo moverse.
Cuando el sonido de sus pasos se desvaneció, una fuerte inquietud se apoderó de él. No entendía por qué sentía por ese hombre una mezcla abrumadora de miedo y un deseo