Alfredo rio para sus adentros, imaginando la cara que pondría ese payaso afeminado al leer su mensaje. Caería de nuevo en sus redes.
“No sabes cómo lo espero, Leo”.
...
—¡Qué bueno estar de vuelta! —exclamó Valeria, eufórica, apenas puso un pie fuera del aeropuerto. Leo rio al verla gritar al cielo sin ninguna inhibición.
—¡Ay, me muero de hambre! Leo, llévame a comer algo, por favor. Unos taquitos de pescado me caerían muy bien.
—Claro. Conozco una marisquería donde los preparan deliciosos. ¿Vamos? —sugirió él, arqueando una ceja.
—¡Sí, vamos, vamos! —respondió Valeria, emocionada—. Si tú lo recomiendas, seguro que es increíble. ¡Rápido, rápido!
Leo sonrió con resignación. Esta chica era un caso. Tomaron un taxi hasta el Restaurante Canto de Sirenas, en el centro de la ciudad.
Encendió su celular y, al instante, un sonido le notificó la llegada de un mensaje. Se sorprendió un poco al ver que el remitente era Alfredo y se puso en guardia de inmediato.
“Este sujeto es un manipulador, s