Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Hespéride como un relámpago, una serie de espasmos profundos que nacían de lo más esencial de su ser. Era una convulsión de pura vida, una liberación tan intensa que borraba los milenios de distancia emocional que había mantenido. Un sonido gutural, cargado de miles de años de contención, escapó de sus labios mientras la onda del placer la recorría. El sudor perlaba su piel, dibujando senderos brillantes sobre las marcas púrpuras de su cuerpo, y un rubor intenso, rarísimo en su semblante usualmente pálido, tiñó sus mejillas. En la quietud cargada que siguió al éxtasis, solo se escuchaba el jadeo sincronizado de sus respiraciones.
Tras unos momentos en que el tiempo pareció suspenderse, Hespéride alzó una mano temblorosa. Un leve resplandor amatista rodeó sus dedos, y con un susurro arcano, la energía residual de su magia limpió su piel, la de Horus y las sábanas en un instante, dejando solo una frescura limpia y el aroma a ozono y calor corpora