Capítulo 177 El don
Horus inhalaba y exhalaba con pesadez. Su pecho subía y descendía con un ritmo áspero, como si cada respiración fuera arrastrada desde el fondo de un abismo. Desde el día en que había sido exiliado, había imaginado este momento con obsesión silenciosa. Había visualizado mil veces la caída del titán, el derrumbe del imperio, la justicia restaurada por su propia mano. Había creído que el odio afilaría sus sentidos, que el rencor sería suficiente para alimentar su fuerza. Pero frente a él, en esa noche cálida y sofocante, el emperador Atlas demostraba por qué había conquistado medio continente. Era un coloso. Era brutal, rápido, certero. Era una bestia de guerra cuyo espíritu estaba moldeado en hierro y tierra. Un tirano por sus acciones, un monstruo por sus decisiones, pero un guerrero supremo a nivel individual. Cada golpe suyo parecía una sentencia. Cada movimiento revelaba siglos de perfeccionamiento brutal. Era por eso que gigantes y ejércitos lo seguían; era un sobresaliente en todo