El calor nocturno seguía suspendido en el aire como una manta sofocante, propio de aquel norte cálido cuyo clima recordaba a las selvas y llanuras húmedas de Suramérica. Aunque el cielo era oscuro y la luna apenas asomaba entre nubes densas, el ambiente ardía con un calor que no menguaba ni siquiera en la noche. Las farolas creadas por Leighis flotaban en el aire, proyectando una claridad estable que bañaba la pradera en tonos dorados y blancos. El brillo se mezclaba con el vapor que ascendía desde el suelo caliente, creando una atmósfera densa, casi irreal.
Los ejércitos habían formado un círculo amplio alrededor de Horus y Atlas, dejando a los dos monarcas en el centro, iluminados por aquella mezcla de luz artificial y penumbra cálida. El aire vibraba por los murmullos, el roce de armaduras, la respiración acelerada de hombres y mujeres conscientes de que el segundo enfrentamiento estaba por comenzar.
Horus sostuvo su espada con ambas manos. La hoja tenía un resplandor níveo, una ca