Hespéride emergió con Horus desde el remolino de sombras en el gran salón de la mansión secreta. El eco de la batalla aún vibraba en sus manos, y la energía de su hechizo ondulaba a su alrededor como un halo viviente. El cuerpo del joven flotaba inconsciente, suspendido sobre un manto de oscuridad que lo sostenía con suavidad. Su respiración era irregular, y cada exhalación escapaba en forma de vapor frío.
La bruja movió los dedos con elegancia, guiando el cuerpo hacia el centro del aposento. La penumbra se disipó a su paso. El suelo estaba cubierto por símbolos antiguos que se encendieron con luz amatista cuando ella dio la orden. Horus descendió lentamente, aún sin despertar. La armadura, ennegrecida por el fuego y cubierta de escarcha, reflejaba el brillo tenue de las runas.
Por primera vez desde el inicio de la guerra, Hespéride usó su magia sin restricción. La oscuridad se extendió como un velo, acariciando los bordes metálicos de la armadura hasta desarmarla pieza por pieza. El m