CAPÍTULO UNO

Acaricio mi anillo de matrimonio que adorna mi dedo anular, no puedo creer que me

había casado tan joven ni que mi matrimonio fuera tan maravilloso a pesar de ser acordado con mis padres antes de morir.

De cierto modo había crecido con esto de casarme con el amor de mí

vida, y creo que lo logré con mi esposo León Sandoval, el hombre más increíble del mundo, cada día a su lado me hacen sentir como si fuese la mujer más especial del mundo.

—¿Cariño? —gritó cuando cierro la puerta y caminó con las bolsas de mercado en las manos.

— ¡Ven, ayúdame! — insisto, ya que las mismas están pesadas.

—Sí, sí, ya voy.

Mi amado esposo aparece, guapísimo como siempre con su cabello castaño oscuro, peinado con un estilo moderno y pulido, ligeramente elevado en la parte superior, sus ojos son de un tono profundo, qué refleja determinación e inteligencia, por lo cual le confié el mandato de la empresa que heredé de mis padres.

La mirada de León es penetrante, siempre evaluando a su alrededor, lo que lo hace parecer un hombre seguro, pero con una pizca de misterio. Su estatura es alta, lo que refuerza su aire de autoridad y confianza. Su rostro está definido por una mandíbula fuerte y bien marcada, lo que le otorga una expresión varonil y dominante.

Su piel es clara y está bien cuidada, con una barba incipiente y bien recortada, que le agrega un toque de madurez y carácter sin llegar a ser descuidado. Sus labios son finos, pero bien definidos, a menudo curvados en una sonrisa que parece tener más de un significado oculto.

—¿Por qué sigues yendo a las tiendas de mercado, si tranquilamente puedes pedirle a la servidumbre que lo haga? —Me pregunta con un poco de disgusto al verme tan cargada.

—Pero cariño, quiero hacerlo yo, además quiero cocinar para ti.

—No, querida —León le hace una seña a uno de los escoltas de la casa, quien toma las bolsas de mis manos.

— No me esperes para la cena.

Su mirada se posa en su reloj para continuar su camino a la puerta principal.

—Pero me habías dicho que hoy ibas a estar en casa, para la noche de películas— pronuncio con esperanza y al mismo tiempo tristeza en la voz.

—Querida, por favor… no somos niños, tengo cosas que hacer, la empresa no se maneja sola. —León lee algo en su celular, sonríe y voltea a mirarme otra vez con esa mirada fría.

—Lo sé, pero…

—Pero nada, me voy— me interrumpe sin más.

Desapareciendo de mi vista sin siquiera darme un beso de despedida, tal parecía que se estaba siendo costumbre que tuviese que rogarle a León que pasara tiempo conmigo, su esposa.

—Señora, ¿quiere que le prepare algo ahora que el señor Sandoval no va a estar aquí o todavía quiere hacer usted la cena? —Me pregunta la encargada de la cocina, un poco insegura al verme con la vista fija en la entrada.

—Carolina, cocina tú, ya no tengo fuerzas para esto— termino diciendo, aceptando que León no entrara de nuevo.

—Si señora.

Masajeo mi cabeza sintiendo como el estrés empezaba a ser abrumante, era en estos momentos donde no podía evitar volver en el tiempo a los momentos donde conocí a León, cuando nos casamos, nuestra luna de miel donde nos entregamos en alma.

Los primeros días, que se despedía de mí, pero volvía con un poco de pereza y alegría para besarme una vez más y prometer que la noche sería nuestra.

Pensar en cosas como que mi matrimonio estaba decayendo hacía que mi corazón latiese con locura.

—No, no.

—No puedo perder a León, él es mi alma gemela y yo la suya — me reprendía a mí misma por dentro, quitando aquellas ideas de mi cabeza.

Otra noche más, donde como en compañía de mi soledad. Despidiéndome de Carolina para retirarme a mi habitación. Procedo a darme una ducha que me alivie la tensión y el cansancio que mi cuerpo siente y termino sentándome a los pies de mi cama.

Mientras cepillo mi cabello, caigo en cuenta de mi reflejo en el gran espejo que adorna mi pared, miro mi piel pálida, observando que quizás haya subido un poco de peso, puedo notarlo en mis mejillas, mi cabello está algo descuidado lo noto en el opaco de las puntas rojas que sostengo en mis manos, desde que me tiño el cabello cada dos semanas. Quizás deba cortarlo un poco, pero debería preguntarle a él si está de acuerdo primero.

—Mi amado—pronunció acariciando el lado de la cama que sigue vacía.

En estos últimos meses, León ha estado tan ocupado que rara vez me entero cuando se acuesta a mi lado.

Me asusto cuando siento una notificación en el teléfono y más me sorprendo al notar que en realidad no se trata mi celular.

—¿Pasó algo? —preguntó, adormilada, embriagada por su maravilloso perfume.

—No, ehh. Son inversionistas.

—Pero es más de la medianoche— argumento mirando de reojo el reloj que se posa en mi mesita de noche.

—Es que son de otro país, igual tú no estás en el negocio, hay cosas que tú no sabes, ¿o no confías en mí?

—Claro que sí, cariño, no digas eso— le comento girándome en su dirección.

—¿Entonces por qué me haces tantas preguntas? Como si desconfiaras de mí.

—Eso jamás, cariño, confió tanto en ti que preferí que tú te encargaras del negocio que tanto les costó a mis padres—Apoyo mi mano en la suya, para demostrarle mi amor.

—Pero solamente soy tu representante —Espeta entre los dientes.

—Pero igual eso no quita el hecho de que eres mi esposo y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío.

—Claro que sí, querida —León se acerca a mí, me da un casto beso.

— Me voy a contestar la llamada, mejor vuelve a dormir —argumento alejándose un poco de mí.

¿Qué clase de inversores ha de tener la empresa?, turcos o rusos, tal vez, me pregunto en mi mente, dejando aquellos pensamientos de lado rápidamente.

—No contestes, amor, quédate conmigo— le pido abrazándome a su espalda mientras se coloca las pantuflas.

—Alexandra, es importante. Es trabajo— me dice tras soltar un suspiro, escapándose de mis brazos.

No puedo evitar sentir una extraña sensación, pero mi esposo sería incapaz de hacerme daño, él no es así, a pesar de toda la gente de la cual tuve que alejarme por tenerme envidia y llenarme la cabeza de cosas negativas de mi esposo. Mi amor por él siempre ha sido más importante. Confió en León como en nadie más y se lo demuestro con creces.

La mañana me sorprende con la agradable vista de mi marido saliendo de nuestro baño,

—¿Qué hora es? — le pregunto mientras alejo el cabello de mi rostro para así acomodarme y verle mejor.

—Son las siete y media— Aclara mientras se coloca el reloj que le regale en nuestro tercer aniversario.

—¿No quieres volver a la cama? — le sugiero dejando una pierna libre de las sábanas de seda.

Desde que nos casamos; todo mi guardarropa de dormir, son prendas que a León le gustan, suaves telas bordadas con toques de seducción. Recuerdo la primera noche que dormimos en nuestra casa, su molestia al verme con un pijama nada atractivo fue uno de los tantos cambios que hice por él.

—Alexandra, me encantaría quedarme, pero tengo una reunión en una hora, y tú sabes que el tráfico se pone terrible.

—Lo se, cariño, ¿pero y nuestro asunto pendiente? — sonrió y él me observa mientras oculta su belleza prendiéndose la camisa.

—No tenemos prisa. Ya hemos esperado años.

—Ya… pero, aunque no haya prisa, tengo un esposo guapísimo— vuelvo a decirle actuando con un poco de picardía.

León se acerca a la cama sentándose a mi lado, el calor tibio de su mano sobre mi pierna produce una agradable sensación en mi cuerpo.

—Cariño ¿y tu alianza? — le pregunto con angustia al notar su dedo vacío,

—¡Oh! Sabía que algo me faltaba, me lo quite para entrenar y olvide ponérmelo.

Su contestación me resultó confusa, pero no tenía motivos para desconfiar. Luego de darme un beso sutil, se despidió de mí prometiendo que nos veríamos para cenar y tendríamos nuestra noche de películas. Él sabía que me agradaba tener un día de la semana para estar tranquilos, apagando los celulares y dejando que Carolina y las damas de la limpieza se fueran a descansar temprano.

Aunque hoy tenía asuntos pendientes en la ciudad, de igual forma quería estar en casa temprano. Deseaba acomodar el salón para los dos y, porque no, preparar yo misma nuestra cena y algunos aperitivos para la película.

Sin duda era afortunada y muy feliz, tenía una vida pacífica, un esposo perfecto y poco a poco mis sueños se iban volviendo realidad. Luego de ver nuestra foto en la pantalla de mi celular, decidí enviarle un mensaje.

“Ten un bonito día, amor, te amo.”

Con alegría, me dirigí al baño, quería refrescarme antes de elegir mi vestuario y desayunar. El chofer de la familia llegaría por mí a las diez, así que tenía tiempo de sobra.

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