Me detuve frente a la puerta de nuestra habitación, mi habitación, en la que tantas veces me había refugiado, esperando que León volviera de sus interminables reuniones y promesas.Donde tantas veces, hicimos el amor, donde vele sus sueños, evitando dormirme para poder mirarle y disfrutar de la calma de su respiración.Pero esta noche había una extraña sensación en el aire, algo en mi pecho me decía que no debía abrir esa puerta. Que no estaba lista para ello, que debería huir mientras tuviera tiempo. Todo en mi casa me ponía en alerta, nada estaba bien; nada era normal.Tomé una bocanada de aire y empujé el pomo. El sonido de la risa de una mujer, suave y susurrante, fue lo primero que escuché, eso me dejó desconcertada. Y entonces los vi: él, mi esposo, con su camisa abierta y sin nada más, con las manos y la boca en el cuerpo de otra mujer, que disfrutaba de sus caricias, que le pedía que la presionara, que la ahorcara con un disfrute en la voz que me pareció despreciable.Su ropa
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