Capítulo 7

Valeria despertó con dolor de cabeza como si hubiese ingerido litros de alcohol. El ataque a su dignidad de parte de Leonid la noche anterior le había pasado factura dejándola sin poder dormir aun cuando recordaba perfectamente todo lo que leyó acerca de estados financieros y los posibles quiebres que ella, por supuesto aumentará en su momento. Se vistió con un traje impecable, marcando una diferencia entre "esposa florero." Y una analista que puede llevarlo a la cima mucho más rápido de lo que cree. Su destino: la oficina de Leónid.

Lo encontró en el gran escritorio de ébano, inmerso entre unos documentos. La mirada que le dedicó era la de un alguien que aún saboreaba su victoria.

—¿Vienes a disculparte por la escena de anoche? —preguntó Leónid con una voz baja y satisfecha.

Valeria ignoró la burla y se plantó frente a él, las manos unidas delante de ella con una calma engañosa.

—No voy a disculparme por saber expresarme delante de tus socios, Leonid. Vengo a exigir mi puesto de asistente.

Leónid soltó una carcajada burlona, arrojando un bolígrafo sobre el escritorio.

—¿Exiges? No tienes derecho a nada, Valeria. Eres mi propiedad, no un alma libre —espetó levantándose y mirándola a la cara.

—Soy tu esposa por contrato, también tu "adorno costoso" —replicó ella, su voz firme y sin temblor—. Y tienes un negocio que manejar. En lugar de tenerme aquí aburrida, gastando dinero sin producir, podrías utilizarme para aumentar las ganancias —volvió a reír, pero esta vez se escuchó casi macabro.

—No tengo el mínimo de interés en que estés merodeando a mi alrededor como una comadreja, Valeria. No seas necia —ella se inclinó, clavándole los ojos.

—El mundo piensa que me casé contigo por dinero —lo mira levantando una ceja perfectamente arreglada —. Deberías darles algo más creíble considerando tu frágil reputación, no querrás que tu círculo piense que tu esposa es una inútil que no sirve para nada más que gastar tus fondos. Hazme valiosa, Leónid.

Leónid se recostó en la silla. Su expresión se endureció. La lógica de Valeria era innegable, y la humillación de la noche anterior aún le ardía en el pecho. Permitirle trabajar era un riesgo, pero enviarla a casa la haría una ficha inútil. Tenerla cerca, bajo su supervisión, se sentía como el mal menor.

—Muy bien —aceptó Leónid, con los dientes apretados—. Trabajarás desde casa. Solo en lo que yo delegue. Y con una sola regla: serás mi sombra. Invisible y silenciosa. Te quiero cerca para poder vigilarte.

Ella asintió. Por dentro, celebró su primer triunfo. La cercanía era su arma más peligrosa.

Leónid, queriendo ponerla a prueba y demostrar su superioridad, le lanzó un proyecto complejo, casi imposible de resolver sin acceso al equipo completo.

—Analiza el riesgo de la Fusión Volkov/Fénix. Dame un informe de vulnerabilidades antes del mediodía. El Director Financiero está luchando con él. No espero que lo entiendas, pero intenta mantenerte ocupada.

Era un proyecto que requeriría días de trabajo y que se basaba en el informe encriptado que ella había memorizado la noche anterior. Era una trampa.

Valeria no le dio una respuesta. Simplemente tomó la tablet y se dirigió a la biblioteca, el único lugar de la casa que le ofrecía un simulacro de refugio sin cámaras ni molestias.

Ella trabajó concentrada, recordando cada cifra, cada cláusula del informe que él creía segura. A las once y media, regresó a la oficina con el informe terminado.

—Aquí tienes —dijo, depositando la tablet sobre el suntuoso escritorio de ébano.

Leónid la miró, incrédulo. Tomó la tablet con desdén.

—No me hagas perder el tiempo con tonterías, Valeria.

Cinco minutos después, la expresión de Leónid había cambiado. El informe no era una tontería. El análisis era impecable. No solo había identificado un fallo en el acuerdo de Fénix, sino que había anticipado la táctica de un rival en Singapur, que podría costarles una pérdida significativa si la fusión se realizaba en el calendario actual. Su solución era audaz y simple, una corrección que ahorraría millones.

Leónid se levantó de golpe, lanzando con fuerza el aparato sobre el escritorio. Entró en la biblioteca, donde Valeria estaba tranquilamente leyendo. Estaba más furioso por la humillación de haber sido superado que por el problema financiero.

—¿Cómo lo hiciste? —exigió, su voz áspera, rompiendo el silencio de la biblioteca.

Valeria bajó lentamente el libro. Sus ojos eran fríos y tranquilos.

—¿Tu qué crees? —dijo Valeria de manera irónica. Leonid estrecha la mirada hacia ella, amenazante —. Solo usé el cerebro que dijiste, no tenía… esposo —respondió con calma gélida—. Parece que después de todo mi valor es más elevado que tu mercado.

Leónid se acercó con la confusión y la rabia reflejándose en sus azules ojos de hielo. Ya no la veía como la esposa sumisa o el "adorno." La veía como una adversaria peligrosa y tentadora.

—No intentes jugar conmigo. Esto no cambia el contrato. Eres mía.

—Soy tu esposa, eso no quiere decir que te pertenezco, Leónid —dijo ella, mirándolo a los ojos con el mismo fuego que él recordaba de su affaire—. Y si voy a estar en tu nómina, voy a ganarme mi sueldo. Incluso si ese sueldo es la libertad de mi familia.

La tensión entre ellos era tan densa que casi se podía tocar. Él había intentado destrozar su intelecto; ella lo había utilizado para salvar una parte de su imperio. De pronto su rabia se transformó en un deseo oscuro. Ella era un desafío que no podía ignorar, no solo iba a ganársela de nuevo, sino que la metería en su cama cuantas veces deseara.

—Muy bien, Valeria. Has demostrado que aún tienes valor ¿y eso qué? Recuerda: mis asistentes no comen, no duermen por mis exigencias —ella se acomodó en el sillón para observar que su atractivo no ha mermado. Se recrimina al pensarlo siquiera —¿estás segura de querer o, mejor dicho, poder? —su sonrisa era un reto lanzado a una arena de juego.

Valeria sonrió orgullosa por haber comenzado a quebrar el muro de concreto que es Leonid. Sus planes se desarrollarían poco a poco, pero sintió que el comienzo de algo se acercaba y eso, era su primera jugada.

—En un mundo de hombres, las mujeres somos parte de la servidumbre ¿no es así? —la comisura derecha de los labios de Leonid se elevó —. Permíteme entonces cumplir con mi rol de esposa abnegada.

—No confío en ti, lo sabes… y es porque tu tampoco confías en mi —Valeria cruzó la pierna derecha colocándola sobre la izquierda.

La falda subió unos cuantos centímetros y los ojos de Leonid se clavaron en su piel tersa y cremosa. Ella sonrió satisfecha al ver que definitivamente no le era indiferente y eso, sería algo que también usaría en su contra.

—Tu lo has dicho —levantó las cejas —, seremos la pareja perfecta en publico. Pero en realidad se trata de un par de desconocido que han hecho una alianza —levantó el hombro en una señal casi de inocencia —. Una que no puede romperse hasta que uno de los dos la quiebre.

—¿Serás tú quien la quiebre querida esposa?

La sola mención de sus palabras hace que hierva en rabia, pero disimula para defenderse del ataque. Respira profundo buscando sosegarse y que Leonid no lo note.

—Si lo quiebro soy yo quien pierde más así que, mi respuesta a tu pregunta es: no, no lo quebraré… esposo.

< Pero te quebraré a ti, desde adentro >, piensa con una sonrisa colgada en sus labios.

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