La limusina negra, vistosa y opulenta, se deslizó por las calles iluminadas de la ciudad de Nueva York con los esposos Volkov en un silencio absoluto. Valeria iba envuelta en un vestido de seda azul profundo, su único acto de rebeldía visible. Luego de que Nino la dejara bellamente ataviada con un vestido color rosa palo, ella lo cambió por uno de menos calidad y más fuerza. Azul. Esos serían sus colores para vestir de ahora en más y ese especialmente porque era el color que Leónid detestaba por ser demasiado frío. Él iba a su lado, impecable con traje oscuro y corbata rosa palo. La miraba de reojo con la mandíbula apretada al punto del dolor, la misma presencia intimidante que la de ayer en la sala del comedor y la de esta mañana antes de pasar el día relajada con Nino.
—Ese no era el vestido que debías usar —mantenía el tipo, pero por dentro sentía el fuego de la rabia fluir.
—El otro me apretaba en la cadera —dijo sin siquiera mirarlo.
—No mientas —tecleó en su teléfono —, esta fot