Capítulo 92
El sol griego caía lento sobre los tejados blancos, tiñendo el mar de tonos dorados y rosados. Las olas rompían suaves contra el muelle, y yo las observaba siempre desde la ventana de la taberna, justo antes de comenzar mi turno.

Ese momento —antes de que empezara el bullicio de turistas y música— era el único que realmente sentía mío.

Me llamaban Danae, aunque a veces ese nombre me sonaba ajeno, como si perteneciera a alguien que ya no existía.

Dorian decía que antes del accidente yo era igual de callada, que siempre me perdía en pensamientos que él nunca lograba descifrar. Pero había algo en mí, una sensación de vacío, de vida inconclusa.

A veces despertaba sobresaltada, con lágrimas en los ojos, sin saber por qué.

Y él me abrazaba, murmurando que era solo una pesadilla.

Trabajaba en la taberna desde hacía más de un año.

El dueño, Kostas, era un hombre amable que me trataba como a una hija. Decía que los clientes volvían por mi sonrisa, no por el vino. Yo le sonreía, au
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