Adrien inhaló antes de entrar, rogando que lograra controlarse mientras que su mano se ceñía a la perilla de reluciente material. Contuvo la respiración al adentrarse, tanto por el dulce aroma que buscaba seducirlo, como por el doloroso sentimiento que sintió al ver a Hana en tal estado, entre sábanas y mantas sobre la cama que estaba hecha un desastre. Su preocupación iba en aumento, y se asustó cuando confirmó que Camila había dicho la verdad. Hana parecía tener fiebre.
—Adrien... haz que pare, me duele mucho. —susurraba.
—Tranquila, Hana, espera un poco. Ya han llamado a un médico, ¿está bien? —aseguró, intentando calmarla de alguna forma y a su vez, calmarse a sí mismo. Si Hana sufría, él también lo hacía. Y tenía miedo de eso. Le aterraba pensar que algún enemigo se enterara de su punto débil y la utilizase a su favor; no se perdonaría si algo así ocurriera, prefería ser él quien sufriera antes de ver a Hana llorar.
—Debo irme, no puedo pasar mucho más tiempo aquí. —ya no lograba