Helena es la secretaría de Daniel, un hombre poderoso e influyente con sangre real. Helena está perdidamente enamorada de Daniel, pero aquel hombre frío y poderoso es inalcanzable para ella. Daniel, necesita encontrar a una esposa y le encomienda esa tarea a Helena, al no poder cumplir con la tarea encomendada es la misma Helena quien deberá convertirse en la esposa del príncipe.
Leer másUn decreto real que cambiaría mi vida...
—Se lo ruego, Alteza, permítame avisar de su presencia al príncipe —el nerviosismo era evidente en la voz de Helena cuando se abrieron las puertas del despacho de Daniel. Su familia solía provocar aquel efecto en las personas, pero no en su eficiente e imperturbable secretaria personal. Cinco años a su servicio la habían hecho prácticamente inmune a todo tipo de situaciones, y sin embargo bastaba con una visita inesperada de un miembro de la familia real para sacarla de sus casillas. Daniel se levantó detrás de su elegante escritorio de roble. —Por lo que veo te sigue desagradando cualquier tipo de ayuda —le dijo al hombre que acababa de abrir, no una, sino las dos puertas dobles que daban acceso al despacho de Daniel. Helena emitió un sonido de ofensa por el uso que Daniel hacía de la palabra «ayuda», mientras el hermano de éste atravesaba el despacho con paso firme y amenazador. Su expresión ceñuda no hacía pensar en una simple visita familiar. —¿A qué se debe este honor? —preguntó Daniel. Estaba casi seguro de saber la respuesta, pero expresar su sospecha en voz alta equivaldría a una declaración de culpabilidad, ya eso sí que no estaba dispuesto… al menos de momento. En cualquier caso, no debería haber tenido aquella aventura con Paty, la presa más codiciada de los paparazzi. Pero en aquel tiempo Daniel necesitaba desesperadamente un poco de diversión y Paty se la había proporcionado con creces. Henrry no respondió y se limitó a mirar en silencio a Daniel durante unos segundos llenos de tensión. Ser el menor de tres hermanos le había enseñado a Daniel unas cuantas cosas, y una de las más importantes era saber cuándo era mejor callarse. No cometería el error de ser él quien rompiera el silencio, y así le mantuvo la mirada al hombre que podría haber sido su gemelo, salvo por los siete años que los separaban, el cabello rubio y los ojos azules a diferencia de él con cabello cobrizo y ojos verdes. Ambos tenían el pelo, ni muy corto ni demasiado largo. Henrry lo llevaba impecablemente peinado y Daniel lucía un despeinado con estilo. También compartían la misma recia mandíbula, los pómulos marcados y la nariz. Los tres hermanos eran altos, pero Daniel superaba en un centímetro a Balian y todos ellos superaban, a su vez, a ambos con su metro noventa y ocho. Todos habían heredado de su padre un físico fuerte y fibroso, pero Daniel había torneado su musculatura en el gimnasio, mientras que Henrry tenía la figura esbelta de un consumado jinete. Los dos vestían ropa cara: Daniel se decantaba por los trajes de Hugo Boss y su hermano por Armani. Y los dos tenían unos ojos penetrantes que se mantuvieron la mirada fijamente y sin pestañear hasta que el carraspeo de Helena les hizo desviar la atención. La esbelta secretaria de Daniel llevaba el pelo castaño en un austero recogido y arrugaba su perfecta nariz en una mueca de asco. Sus labios carnosos y sin más cosméticos que un protector labial formaban un arco descendente, y tras sus ligeras gafas de montura oscura sus ojos color chocolate echaban chispas de irritación. — ¿Va a necesitarme para algo, Señor? —preguntó, dirigiéndose deliberadamente a Daniel. Benditas eran ella y su inquebrantable lealtad. Le estaba dejando claro a su hermano que, aunque Henrry fuera el heredero al trono de su padre, era Daniel quien mandaba en la oficina de Nueva York. Y al mismo tiempo estaba incitando sutilmente a Henrry para que respondiera a la pregunta inicial de Daniel sin que él tuviera que repetirla. Henrry tal vez pudiera ignorar a su hermano, pero sus modales de caballero real le impedían despreciar a Helena con su silencio. Dio un paso adelante y soltó un periódico sensacionalista sobre la mesa, seguido de otros muchos. Todos estaban abiertos por la misma noticia, o bien ésta ocupaba la primera plana. Los vociferantes titulares revelaron la última conquista del «príncipe playboy» e insinuaban los detalles más escandalosos. Daniel puso una mueca de asco al tiempo que Helena emitía otro ruido de desaprobación. No podía saber quién era el destinatario de su crítica silenciosa, si él por provocar un escándalo o su hermano por airear ese mismo escándalo en su oficina. Helena no aprobaba sus continuas aventuras amorosas, y así se lo hacía saber en más de una ocasión. Henrry miró a la secretaria. —¿Tiene algo que decir, señorita Harper? Helena podía ser muy tímida fuera de la oficina, pero allí estaba en su elemento. Tal vez fuera una simple empleada a las órdenes de Daniel, pero aquellos eran realmente sus dominios y en ellos ejercía su autoridad absoluta. Les echó a ambos una mirada de disgusto. —No sé cuál de los dos tiene peor gusto… si Daniel por haberse liado con un cebo de la prensa amarilla o usted, Alteza, por traer esa basura a la oficina —se ajustó su sencilla y modesta chaqueta—. En cualquier caso, ya veo que no puedo ser de ayuda en esta… reunión, de modo que los dejaré solos. Salió del despacho y cerró las puertas tras ella. —Y yo pensaba que mamá era temible… —comentó Henrry con una sonrisa. —Helena me mantiene a raya —dijo Daniel con un atisbo de humor mientras intentaba recuperar el control de su libido. Aquellos momentos de atracción irracional por su secretaría eran demasiado frecuentes para su tranquilidad mental y hormonal, pero no podía evitarlo. El brillo de sus ojos mientras los reprendía a él y a su hermano había vuelto a prender un deseo que a duras penas podía sofocar. Henrry sacudió la cabeza. —Ojalá fuera cierto —dijo, y la situación volvió a ponerse seria. —Lo de Paty fue un error —admitió Daniel. -Si. Daniel se negó a dejar que la franqueza de su hermano le ofendiera. Paty había sido ciertamente un error. En muchos aspectos. —¿Has venido por tu cuenta o te ha enviado papá? —Me envía papá. Daniel sintió una fría punzada en el corazón. Se podría pensar que el rey Lois enviaba a su hijo mayor en su lugar porque el mensaje no le parecía lo suficientemente importante para entregarlo en persona. Pero Daniel sabía muy bien que no era así. Al delegar la tarea en Henrry estaba demostrando hasta qué punto lo había decepcionado a Daniel. El rey estaba tan enfadado que ni siquiera quería ver al menor de sus hijos. —Oye, ya sé que Paty está siempre acaparando la atención de los medios y quizás me puse en evidencia con ella, pero tampoco nos fuimos a vivir juntos ni nada parecido, como hizo Balian con su amante. Estuvo viviendo con Amelia durante dos años antes de casarse con ella. Para cualquier otra mujer habría sido imposible casarse con Balian después de ser su amante, pero Amelia tenía buenos contactos en las altas esferas. El tío de Balian se había interesado en su relación y había procurado que Amelia fuera admitida en la familia real de Zorha. Henrry frunció el ceño, dejando claro que no apreciaba aquel recordatorio. —La distracción no cambiará lo que has hecho. —Puedes asegurarle al rey que su hijo menor tendrá más cuidado a la hora de elegir sus compañías en el futuro —Daniel apretó la mandíbula para contenerse. Quería añadir algo más, pero no podía hacerlo si no quería arrepentirse más tarde. —Por desgracia, no bastará con tus garantías. Papá se ha cansado de que manches el nombre de la familia. Es hora de que abandones para siempre tu estilo de vida. Daniel volvió a morderse la lengua para no soltar una grosería, pero la actitud de su padre y su hermano hacía difícil tragarse la réplica merecida. Siempre le había sido leal a su familia y a su pueblo, y en numerosas ocasiones había antepuesto las necesidades de ellos a las suyas propias. Vivía lejos de su desierto natal para supervisar los negocios de la familia en Estados Unidos, donde sus responsabilidades apenas le dejaban tiempo libre. ¿Cómo podía ser una mala persona sólo por pasar ese tiempo con mujeres hermosas sin compromisos ni complicaciones? —Yo no salgo con mujeres casadas ni engaño a nadie. Todas mis citas saben que lo nuestro sólo será algo temporal. —Igual que lo sabe el resto del mundo. Daniel puso una mueca. —¿Y qué? —Tu estilo de vida tiene un impacto muy negativo en nuestra familia y nuestro pueblo. —No hay nada malo en mi estilo de vida. —Papá no opina lo mismo. — ¿Qué quiere que haga, guardar celibato? -No. —Entonces? Un destello fugaz de compasión brilló en los ojos azules de su hermano. —El rey ha decretado que debes casarte. ¿El rey? De modo que era una orden real, no familiar… Daniel se tragó otra palabrota. — ¿Y ya ha elegido a mi futura esposa? —preguntó en tono incrédulo. Henrry tuvo el detalle de parecer incómodo, al menos. -Si. —Eso es propio de la Edad Media. Los ojos de Henrry volvieron a brillar de compasión, pero su expresión se endureció al instante. —¿Te niegas a cumplir la voluntad del rey? Un escalofrío recorrió la columna de Daniel. Sabía las consecuencias que podría acarrearle el desacato a su padre y rey. Su padre rara vez empleaba su autoridad monárquica con su familia, pero cuando lo hacía era inflexible. Si Daniel se negaba a casarse con la mujer elegida por su padre, ya podía empezar a buscar un nuevo trabajo y despedirse del título de príncipe. Lo habían educado para cumplir con su deber y no podía imaginarse desobedeciendo a su padre, a menos que la orden fuera tan disparatada que no pudiera cumplirla bajo ningún concepto. No era el caso, afortunadamente. —Me casaré con la princesa… Suponiendo que mi futura esposa es una princesa, claro. —Sí, lo es —confirmó Henrry, sin mostrar la menor sorpresa por la rápida aceptación de su hermano. —¿Quién es? —La princesa Katherine Vultari—dijo Henrry, y soltó otra hoja sobre la mesa. Continuará...Helena era muy buena en su trabajo, pero muy inocente en otras cosas. Daniel decidió explicárselo de una manera que tal vez le avergonzara, pero que no ofendería su sentido de la justicia.—No quiero que la obligación de permanecer fiel se convierta en un purgatorio.—¿Eso quiere decir que pretendes serlo?—¿Fiel? Por supuesto. Los hombres de mi familia no son unos mujeriegos.—Todas las características que has enumerado hasta ahora son bastante superficiales. ¿Qué pasa con los intereses comunes que podáis tener ella y tú?—No son necesarios. Mientras seamos compatibles en la cama, podremos llevar vidas separadas.Ella lo miró como si hubiera perdido el juicio.—No es mejor entorno para criar a unos hijos… ¿o no piensas ser padre?—No tengo que ser un idiota enamorado para ser un buen padre.—Tus padres se quieren.—¿Y?—¿Estás diciendo que no quieres lo mismo para ti y tu familia? ¿Ni siquiera un poco?Los recuerdos de la única vez que sintió algo parecido lo asaltaron de repente, ll
Pov HelenaHelena se acomodó junto a Daniel en Fenway Park. Habían ido a Boston por negocios y él la había sorprendido con dos entradas en primera fila para ver al equipo de béisbol favorito de Helena. Le encantaban los Boston Red Sox y en cualquier otra ocasión le estaría sumamente agradecida a Daniel por su generosidad. Pero no podía evitar la sensación de que era un soborno.Daniel no había vuelto a sacar el tema de la esposa en toda la semana, pero Helena era demasiado inteligente como para pensar que lo había olvidado. Llevaba cinco años trabajando para Daniel y nunca lo había visto claudicar tras una sola discusión. Su arrolladora seguridad e inquebrantable voluntad lo llevaban siempre a conseguir lo que quería.Y había dejado muy claro que quería la ayuda de Helena.No era justo. Debería estar disfrutando del partido, no pensando en la manera de convencer a Daniel de que su trabajo no era buscarle esposa y temiendo que no fuera capaz de resistirse. Era muy difícil decirle que n
Era un informe de la princesa que incluía una foto de la hermosa mujer. Tal vez no fuera una condena tan horrible, después de todo. Lo último que quería era casarse por amor, y si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que empezaba a cansarse de las aventuras pasajeras que caracterizaban su vida amorosa.Aún no se le había pasado por la cabeza la idea de casarse, pero no se oponía del todo a la posibilidad. Además, tenía sus razones para querer una distracción más permanente de las que podían ofrecerle a Paty y las demás como ella.— ¿Cuándo es la boda?......Pov Helena —¿Qué has dicho? —Helena se sintió como si Daniel le hubiera dado un puñetazo en el plexo solar, pero lo único que había hecho era formularle una orden.—Quiero que me encuentres una esposa.Ella cerró los ojos por un instante, pero al abrirlos Daniel seguía estando allí. Su guapísimo jefe, alto, apuesto, irresistiblemente sexy, cuya expresión apremiante confirmaba que las palabras habían salido efectivamente
Un decreto real que cambiaría mi vida...—Se lo ruego, Alteza, permítame avisar de su presencia al príncipe —el nerviosismo era evidente en la voz de Helena cuando se abrieron las puertas del despacho de Daniel. Su familia solía provocar aquel efecto en las personas, pero no en su eficiente e imperturbable secretaria personal.Cinco años a su servicio la habían hecho prácticamente inmune a todo tipo de situaciones, y sin embargo bastaba con una visita inesperada de un miembro de la familia real para sacarla de sus casillas.Daniel se levantó detrás de su elegante escritorio de roble.—Por lo que veo te sigue desagradando cualquier tipo de ayuda —le dijo al hombre que acababa de abrir, no una, sino las dos puertas dobles que daban acceso al despacho de Daniel.Helena emitió un sonido de ofensa por el uso que Daniel hacía de la palabra «ayuda», mientras el hermano de éste atravesaba el despacho con paso firme y amenazador. Su expresión ceñuda no hacía pensar en una simple visita familia
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