Capítulo 4

Helena era muy buena en su trabajo, pero muy inocente en otras cosas. Daniel decidió explicárselo de una manera que tal vez le avergonzara, pero que no ofendería su sentido de la justicia.

—No quiero que la obligación de permanecer fiel se convierta en un purgatorio.

—¿Eso quiere decir que pretendes serlo?

—¿Fiel? Por supuesto. Los hombres de mi familia no son unos mujeriegos.

—Todas las características que has enumerado hasta ahora son bastante superficiales. ¿Qué pasa con los intereses comunes que podáis tener ella y tú?

—No son necesarios. Mientras seamos compatibles en la cama, podremos llevar vidas separadas.

Ella lo miró como si hubiera perdido el juicio.

—No es mejor entorno para criar a unos hijos… ¿o no piensas ser padre?

—No tengo que ser un idiota enamorado para ser un buen padre.

—Tus padres se quieren.

—¿Y?

—¿Estás diciendo que no quieres lo mismo para ti y tu familia? ¿Ni siquiera un poco?

Los recuerdos de la única vez que sintió algo parecido lo asaltaron de repente, llenándole la cabeza con imágenes de Angelica.

—No todo el mundo quiere esa clase de relación. Yo no, desde luego.

—Con una actitud como ésa te vendría muy bien que te ayudara.

—Eso es exactamente lo que espero de ti.

Pero ella ya no lo escuchaba, o al menos había dejado de mirarlo. De nuevo había girado la cabeza hacia la ventanilla. ¿Qué demonios le pasaba?

¿Sería posible que su ultra eficiente secretaria que se vestía sin el menor estilo y que nunca salía con nadie tuviera una faceta romántica oculta bajo su severa fachada? Aquello explicaría su reacción tan negativa al matrimonio que su padre había concertado y al que Daniel estaba intentando preparar. Y también explicaría por qué nunca había tenido una cita. Por muy mal que vistiera, los hombres tenían que apreciar la sensualidad que latía en su interior. Pero ella estaba esperando a su hombre perfecto… Al caballero de brillante armadura que apareciera de la nada y la enamorase locamente. En cierto modo, Daniel se alegraba de que tuviera aquella faceta romántica. Gracias a ello Helena seguía trabajado con él en vez de estar saliendo con otro.

—¿Pensarás en ello, Helena? —le pidió, jugando la carta que ella nunca había podido ignorar—. Por favor…

Ella lo miró con una expresión inescrutable.

—De acuerdo. Lo pensaré.

Daniel tenía la victoria al alcance de la mano. Sólo necesitaba un poco más de paciencia.

Su rostro debió de reflejar aquella certeza, porque ella puso una mueca de indignación.

—No te hagas ilusiones. Todavía puedo negarme.

Era una probabilidad tan irrisoria que Daniel tuvo que reprimir una sonrisa. Ahora más que nunca debía ser prudente.

.

.

.

.

.

.

Pov Helena

Acurrucada en el sofá de la enorme suite de dos dormitorios que compartía con Draco, Helena fingía ver un clásico de Audrey Hepburn y Spencer Tracy con el volumen tan bajo que apenas podía oírse. Pero lo que realmente hacía era pensar en Daniel. En una ocasión le dijo que su familia, y su madre en particular, se llevaría un gran disgusto si descubriera cómo viajaba con su secretaria. Y nada más decirlo se echó a reír como si la idea de que pasara algo inapropiado entre ellos fuera demasiado cómica.

¿Y acaso no lo era?

Helena le había preguntado qué era para él una mujer atractiva, y él se había referido a sus ex amantes y a la princesa que su padre le eligió como futura esposa. Todas esas mujeres encajaban en su idea de la perfección física.

Daniel salía de vez en cuando con modelos, pero prefería a las mujeres de su mismo entorno social que aprovechaban cualquier oportunidad para exhibir sus joyas y carísimos vestidos. Y naturalmente a la princesa Katerine, una auténtica Venus humana.

Se llevó las manos a sus pequeños pechos y frunció el ceño. Si la naturaleza la había hecho ser tan alta como muchos hombres, ¿por qué no le había dado unas curvas más voluptuosas y proporcionadas a su estatura en vez de un físico delgaducho y casi plano?

Se abrazó al cojín y frunció aún más el entrecejo. Daniel no había dicho ni una sola palabra sobre la personalidad o la compatibilidad de caracteres aparte del sexo. ¿Se podía ser tan superficial?

Helena sabía que Daniel era cualquier cosa menos superficial.

¿Por qué, entonces, estaba dispuesto a casarse por conveniencia con una mujer que sólo podía ofrecerle una belleza escultural en privado y un encanto artificial en público?

Daniel se merecía mucho más. Su alma inquieta y apasionada necesitaba mucho más, aunque se negara a verlo.

La pérdida de Angelica a una edad tan temprana le había afectado profundamente. Daniel le dijo una vez que el dolor lo había llevado a unos lugares a los que no quería volver nunca más. Los hombres de la familia real rechazaban el mínimo asomo de debilidad, y tal vez Daniel más que nadie, ya que era el menor de los hermanos y sentía la obligación de demostrar algo.

Debía de ser muy duro crecer a la sombra de dos hermanos fuertes y autoritarios hasta llegar a ser como ellos. Helena lo había visto a menudo irritado y descontento con esa parte de su vida. Pero ¿cómo podía recurrir a una medida tan extrema?

Lo penúltimo que Helena querría ver en su vida era a Daniel enamorado de otra mujer. Pero lo último que querría ver era a Daniel casándose con una mujer a la que nunca podría amar. Por mucho que le irritara su actitud actual, quería que fuera feliz.

Y jamás sería feliz, si se casaba con una cabeza hueca con la que no podría compartir más que unas apariciones en público y las actividades sexuales en la intimidad.

Se abrazó con más fuerza al cojín, sintiéndose más sola de lo que se había sentido desde que conoció a Daniel. Su mundo cambió por completo cuando, con veinte años, entró en el despacho de Daniel para una entrevista de trabajo.

Él había llenado su vida de luz, calor y seguridad en sí misma. La inhabilidad social que siempre la había bloqueado se esfumaba por completo cuando estaba en su compañía. Era como si, al ejercer su discreto papel de secretaria personal, fuera parte de él. Daniel no tenía nada de qué avergonzarse, nada que temer ante el mundo, y por tanto ella tampoco si estaba a su lado. En la oficina se había sentido como en casa desde el primer momento.

También desde el primer momento se había enamorado de él, aunque al principio no se había dado cuenta. Todo empezó con la típica fascinación que un príncipe guapo y rico ejercía en una muchacha ingenua y sin experiencia. Pero Daniel no tardó en demostrarle que era algo más que un hombre apuesto y poderoso.

Helena descubrió que se preocupaba por su familia, por el pueblo de su Zorha natal y por los más necesitados del mundo. Donaba más dinero a causas benéficas de lo que la inmensa mayoría de empresarios podría permitirse. Era atento y amable con los niños y los ancianos, y muy paciente y generoso con su insulsa secretaria personal… pero no lo bastante para pensar en ella como una posible esposa.

En un momento de locura, Helena se había permitido imaginar que tal cosa era posible.

Al fin y al cabo, ¿Daniel no había dejado claro que no esperaba ni querría amar a su futura esposa? Ni siquiera la idea de que su esposa tuviera que adaptarse a un mundo completamente distinto la echaba para atrás.

Tal vez se hubiera pasado veinte años sin atreverse a abrir la boca en presencia de otras personas, pero desde que trabajaba para Daniel se sentía capaz de cualquier cosa.

Podría ser su esposa perfecta.

Helena Harper, futura princesa de Zorha… la idea era tan ridícula que se habría echado a reír de no haber estado llorando.

Recordó el momento en la limusina cuando se dio cuenta de que nunca podría ser una candidata para Daniel. Hasta ese momento había albergado una secreta esperanza, pero cuando él le dijo que quería sentirse sexualmente atraído por su esposa, de manera que sus votos de fidelidad no se vieran en peligro, Helena supo con una certeza absoluta que no tenía nada que hacer. Porque si de algo había estado siempre segura era de que Daniel no la deseaba sexualmente.

Con sus ilusiones hechas añicos, su corazón destrozado e incapaz de dormir, se removía en el sofá mientras pensaba qué le depararía el futuro. Dolor y nada más que dolor. Sin posibilidad de evitarlo. El hombre al que amaba con cada fibra de su ser iba a casarse con otra mujer. Y si Helena lo amaba lo suficiente y era lo bastante fuerte, lo ayudaría a encontrar a esa mujer.

¿Por qué? Porque era la única oportunidad que tendría para contribuir a la felicidad de Daniel. Si le negaba su ayuda, Daniel acabaría casándose con un florero y se convencería de que era exactamente lo que quería para no poner su corazón en peligro.

Helena no era estúpida, al menos no del todo, y sabía que Daniel evitaba a toda costa cualquier atisbo de debilidad emocional como el que lo llevó a una experiencia traumática con dieciocho años.

No quería sufrir, y ella no podía culparlo por eso. Pero lo que Daniel no entendía era que la soledad que estaba dispuesto a vivir en su matrimonio le congelaría definitivamente el corazón, sin la menor esperanza de sentir lo que aún estaba a tiempo de sentir…

Helena no podía permitir que eso le ocurriera, y la única manera de evitarlo era encontrándole una mujer que, aparte de ser la esposa perfecta de cara a los demás, tuviera mucho más que ofrecerle.

Y si ella perdía su corazón en el intento, encontraría la manera de sobrevivir. Como fuera.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

Continuará...

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP