Capítulo 3

Pov Helena

Helena se acomodó junto a Daniel en Fenway Park. Habían ido a Boston por negocios y él la había sorprendido con dos entradas en primera fila para ver al equipo de béisbol favorito de Helena. Le encantaban los Boston Red Sox y en cualquier otra ocasión le estaría sumamente agradecida a Daniel por su generosidad. Pero no podía evitar la sensación de que era un soborno.

Daniel no había vuelto a sacar el tema de la esposa en toda la semana, pero Helena era demasiado inteligente como para pensar que lo había olvidado. Llevaba cinco años trabajando para Daniel y nunca lo había visto claudicar tras una sola discusión. Su arrolladora seguridad e inquebrantable voluntad lo llevaban siempre a conseguir lo que quería.

Y había dejado muy claro que quería la ayuda de Helena.

No era justo. Debería estar disfrutando del partido, no pensando en la manera de convencer a Daniel de que su trabajo no era buscarle esposa y temiendo que no fuera capaz de resistirse. Era muy difícil decirle que no al hombre al que amaba por encima de todo, aunque él la viera como un mueble más de la oficina.

Daniel la miró de reojo.

—¿Todo bien?

—Sí, estoy muy contenta. Gracias.

La sonrisa que él le dedicó era tan sincera como sexy.

—Me alegro. Y no tienes por qué darme las gracias. Te mereces esto y mucho más.

Helena ahogó un suspiro de remordimiento. Tal vez no la viera como un mueble de la oficina, después de todo. Daniel la definiría sin duda como una secretaria de primera clase, pero también como una amiga. Porque ciertamente lo eran. En realidad, el príncipe Daniel Walker de Zorha era su mejor amigo, y estaba convencida de que él pensaba lo mismo de ella.

El problema era que ella quería ser algo más que una amiga, y eso jamás podría suceder. Daniel estaba demasiado lejos de su alcance, era como un jugador de una liga profesional, mientras que ella jugaba en un simple equipo de barrio.

Nada de aquello le era nuevo. Entonces, ¿por qué permitía que esos pensamientos le fastidiaran la diversión? No tenía por qué hacerlo, de modo que se obligó a devolver la atención a los hombres que estaban en el terreno de juego. Nadie tenía que saber que el resto de sus sentidos estaban más pendientes del hombre sentado junto a ella.

Pov Daniel

Daniel había esperado el momento oportuno para volver a abordar el tema de su futura esposa con Helena. Fuera cual fuera la causa de su enérgico rechazo, era indudable que el tiempo la haría cambiar de opinión.

La estrategia le había funcionado con anterioridad. Primero le hacía una sugerencia a Helena y luego le daba tiempo para que pensara en ella. Sí su primera reacción era negativa, ella misma acababa convenciéndose de que la idea propuesta por Daniel era buena. Normalmente era así, y Daniel confiaba en que volviera a repetirse el proceso. Pero por si acaso la había llevado a ver un partido en Fenway Park y luego le había comprado una sudadera de su equipo favorito para celebrar la victoria. Ella había elegido una prenda masculina dos tallas por encima, y negó con la cabeza cuando él le sugirió otra más favorecedora y ceñida.

No podía quejarse por su tendencia a vestir ropa holgada, ya que era una de las costumbres de Helena que más lo ayudaban a mantener el control sobre sus hormonas. Pero hasta aquel hábito le resultaba peligrosamente tentador. Nunca había conocido a una mujer tan inconsciente de su atractivo ni tan reacia a la hora de exhibirlo.

Esperó a que estuvieran en la limusina para volver a sacar el tema, pero fue ella quien se lo puso fácil.

—Muy bien, ya me imagino a qué ha venido todo esto —le dijo, recostándose en el asiento de cuero frente a él.

Daniel le sirvió un vaso de Perrier y él se sirvió un dedo de vodka. Era una lástima que Helena no bebiera. El alcohol le resultaría muy útil para persuadirla.

—Si ya lo sabes, no tiene sentido que lo diga.

—Gracias —repuso ella, aceptando el vaso de agua con gas.

El inclinó la cabeza y ella tomó un sorbo y lo miró por encima del borde del vaso.

—Y gracias también por no negar que lo de esta noche ha sido un intento por sobornarme.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Daniel, dolido por el comentario.

Ella se limitó a encogerse de hombros. Por una vez no llevaba el pelo recogido en un moño, sino en una cola de caballo que la hacía parecer más joven que sus veinticinco años. Se había puesto la camiseta de los Red Sox que él le había comprado el año anterior y unos vaqueros que le hacían unas piernas larguísimas. Por suerte, tan holgados como el resto de su ropa.

—No estás siendo justa, Lena. Y eso no es propio de ti.

Ella hizo un mohín con los labios, tan adorable que Daniel tuvo que refrenarse para no besarla.

—Oh, está bien… No ha sido un soborno. Aunque no tuvieras un motivo para hacerlo, habrías comprado las entradas para el partido —puso una mueca— y me habrías comprado la sudadera con la que voy a dormir en las noches venideras. De modo que… gracias.

La imagen de Helena en una cama era demasiado para el control mental de Daniel, por lo que la apartó rápidamente de su cabeza.

—Podría haber comprado unas entradas más baratas —dijo, aunque los dos sabían que no era precisamente tacaño. Helena tenía muy pocas pasiones y el béisbol era una de ellas, y a Daniel le gustaba complacerla lo más posible. Una secretaria tan extraordinaria como ella se merecía algún premio.

—Tal vez, pero sea como sea, sé que vas a intentar aprovecharte de mi buen estado de ánimo y de mi gratitud hacia ti.

—Si no lo hiciera, no sería tan buen negociador como soy, ¿no crees?

—Supongo que no —concedió ella. Se mordió el labio y miró por la ventanilla en silencio.

—¿Qué miras con tanto interés? —le preguntó él—. No es más que el tráfico que nos encontramos después de cada evento al que te llevo.

Ella suspiró y volvió a mirarlo. Una expresión afligida cubría sus ojos color chocolate.

—Quieres que te busque a una esposa.

—Sí —al fin había sometido su voluntad, pensó Daniel. No se sentía culpable en absoluto por haberse aprovechado de ella en un momento de debilidad.

—Crees que has ganado, pero no es así —le advirtió ella con una mirada hostil.

—Siempre gano.

Ella frunció aún más el ceño, pero no intentó negarlo.

—Si de verdad querías mi ayuda, tendrías que haberme conseguido un encuentro con Big Papi —le dijo. Sus ojos brillaban con un cúmulo de emociones inquietantes.

—No tengo la menor intención de presentarte a tu héroe. Las estrellas del deporte como él también podrían beneficiarse de las ventajas de contar con una buena secretaria, y no estoy dispuesto a perderte tan fácilmente —lo dijo en tono jocoso, pero con toda sinceridad.

—¿Eso crees? Habré de tenerlo en cuenta…

—Estoy hablando en serio —la idea de que Helena lo dejara para trabajar con los Red Sox le irritaba sobremanera, aunque sabía que no era posible.

Ella se echó a reír, pero se puso seria al instante.

—No estoy diciendo que vaya a hacerlo, pero si lo hiciera… ¿qué buscas en una esposa?

La pregunta lo pilló completamente desprevenido, y abrió y cerró la boca sin saber qué decir.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —lo acusó ella.

—Por eso te lo he pedido.

—Pero, Daniel… es tu futura esposa de la que estamos hablando. No puedo reunir una lista de candidatas y pedirte que elijas.

—¿Por qué no?

—¡Porque antes tienes que decirme lo que quieres!

Por alguna razón, el nerviosismo de Helena lo hizo sentirse mejor.

—Ya sabes lo que quiero —y era cierto. Seguramente lo sabía incluso mejor que él.

—Parecías muy satisfecho con la elección de tu padre.

—Lo estaba, si obviamos el dato de que fue él quien la eligió.

¿Era una expresión de dolor lo que cruzó rápidamente los rasgos de Helena? No tenía ninguna razón para sentirse dolida. Seguramente seria una ilusión óptica.

—Prefiero ser yo quien elija a mi propia esposa —dijo cuando ella permaneció callada.

—Entonces, ¿por qué me estás pidiendo que lo haga yo?

—Es distinto, y lo sabes. Y deja ya de ponerlo difícil, ¿quieres?

—No soy yo quien lo está poniendo difícil. ¿Cómo pretendes que haga lo que me has pedido sin darme alguna pista?

—Muy bien. Tiene que ser atractiva.

—¿Eso es todo? —le preguntó ella en tono sarcástico.

—No. Tiene que ser culta, refinada y diplomática.

—Entiendo… —el entusiasmo inicial de Helena se había apagado considerablemente, y Daniel se preguntó si se debería a su falta de asistencia.

—Quiero a una mujer que sea el complemento perfecto para mi imagen en los negocios y en la política, como se supone que tiene que ser la esposa de un príncipe.

—Eso era evidente. Lo que no sé es a qué te refieres exactamente con «atractiva».

—¿Estás siendo obtusa a propósito? —sabía que su secretaria podía ser muy testaruda cuando quería.

—¿Eso te parece? Una vez dijiste que no entendías cómo Amelia podía ser tan especial para Balian. Está claro que tenéis gustos diferentes, como casi todo el mundo.

—Pero tú sabes el tipo de mujer que me gusta. Has visto, hablado e incluso te has ido de compras con las mujeres con las que he salido.

—Pero a todas esas mujeres les faltaba algo, o te habrías casado con alguna de ellas.

—Hasta ahora no estaba listo para casarme. Quizá si lo hubiera estado antes me habría casado con alguna de mis amantes.

—No amabas a ninguna de ellas.

—Tampoco pienso amar a mi esposa. Esto no es más que un matrimonio de conveniencia.

—Entonces, ¿qué importa que tu futura esposa sea atractiva o no?

—No seas tan simple. Una esposa guapa sólo puede reportarme ventajas.

—Lo que quieres es una esposa trofeo.

—Lo que quiero es una compañera que me aporte brillo, no que me lo quite.

—Eso es una actitud muy superficial.

—Eso es ser realista.

—Lo que sea.

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Continuará...

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