Eileen ha conseguido puesto que tanto necesitaba, ser la secretaria del CEO de la empresa más reconocida del mundo de la moda: Anderson Inc. No hay nada que quiera más que mantener el puesto para darle lo mejor a su sobrina, su hija adoptiva. Sin embargo, no espera que el destino le tenga preparado una sorpresa. Joseph Anderson, su jefe, presa de la desesperación por escapar de un matrimonio organizado por su familia, decide mantenerla a ella y a su hija adoptiva «de por vida». ¿La condición? Que se case con él. Sin embargo, ¿a qué costo? ¿Esta decisión los beneficiará a ambos o, por el contrario, los destruirá?
Leer másEileen se observaba en el espejo, incrédula. En su cabeza no cabía la idea de lo que estaba a punto de hacer.
Inspiró profundamente, contuvo el aire en sus pulmones por un par de segundos y lo soltó con lentitud. A continuación, se dio la vuelta y se encontró con la mujer encargada de prepararla para aquel evento, el cual jamás imaginó que la tendría a ella como protagonista. Y mucho menos, tan pronto.
«Es por Malena», se dijo. «Pura y exclusivamente por ella».
Inspiró profundo y dejó que la mujer la guiara hasta el centro de la estancia, en donde se dedicó a arreglarle el vestido que había escogido por ella. Eileen no había sido capaz de decidirse por ninguno. Ni siquiera estaba segura de si aquella boda era la mejor decisión de su vida. Solo sabía que tenía que proveer a su pequeña y que, el trato que su jefe le había ofrecido a la hora de proponerle matrimonio, era su única alternativa.
Sí, sabía que era lo mejor para Malena, pero ¿en qué momento de su vida hubiese imaginado que se casaría con su jefe, el CEO de una de las empresas más grandes de la moda? Ella no era más que una joven de los barrios bajos que, a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, había alcanzado el puesto como secretaria de aquel hombre.
Era consciente de por qué lo hacía, de cómo había sucedido todo hacía una semana atrás, pero su cerebro aún era incapaz de procesar toda aquella información. Era como si estuviera en un sueño. Ella, la pobretona, la que se vestía con la ropa heredada y envejecida de su madre, casándose con un magnate del mundo de la moda, un hombre millonario, alto y guapo por donde se lo mirase.
No podía quitarse de la cabeza la imagen de sus ojos azules mirándola con insistencia, en el momento en el que le propuso que se casara con él.
Sabía que todo aquello era por contrato, un matrimonio por conveniencia, una unión con un hombre que conocía hacía tan solo cuatro meses y por el que no sentía nada más que una mera atracción física, pero no por eso se sentía menos feliz. A fin de cuentas, aunque no fueran felices como en los cuentos de hadas, ese era su día, su boda. Algo que jamás creyó que sucedería. Aún era joven, pero nunca se imaginó vestida de blanco ni mucho menos caminando hacia el altar.
Por eso estaba allí, a punto de casarse con Joseph Anderson, dueño y presidente de Anderson Inc., una de las más prestigiosas empresas de la moda. En el contrato prenupcial que Eileen había accedido a firmar, el hombre aseguraba que, aun cuando se cumplieran los cinco años de matrimonio y ambos pudieran solicitar el divorcio, él continuaría haciéndose cargo de ella y de Malena «de por vida».
La marcha nupcial comenzó a sonar y su corazón comenzó a palpitar aún más rápido de lo que lo había hecho hasta ese momento.
—Ya es la hora, señorita Clark. —La estilista sonrió—. Luce preciosa. Estoy segura de que el señor Anderson opinará lo mismo.
Eileen inspiró profundamente, soltó el aire a través de sus fosas nasales y asintió.
—Oiga, pero ¿por qué esa cara? —preguntó la mujer. Eileen negó con la cabeza, pensando que era una entrometida—. Vamos, muchacha, sonría. Es el día de su boda. Se casará con el hombre más codiciado de toda la ciudad y pasará a ser la señora Anderson.
Eileen suspiró y forzó una sonrisa.
—Tiene razón —dijo al cabo de un momento—. Quizás es solo que estoy nerviosa.
—Algo bastante normal, si me lo permite —respondió la mujer—. Pero no se preocupe, todo saldrá de maravillas.
La estilista la tomó del brazo y la condujo hasta la puerta blanca, de cristal opaco, que separaba la habitación en la que se encontraba de la sala en la que se llevaría a cabo la ceremonia. Su corazón parecía querer salírsele del pecho. Tragó saliva y abrió la puerta.
Había pedido que nadie la acompañara hasta el altar. Había creído que podría sola. No obstante, en cuanto cruzó el umbral de la puerta, el mundo cayó a sus pies.
Ver a tanta gente reunida, con las miradas enfocadas en ella, no hacía más que cohibirla. Aun así, ya nada podía hacer más que avanzar hacia donde se encontraba Joseph, quien la esperaba junto al juez.
Eileen no pudo evitar pensar que lucía como un príncipe sacado de uno de sus cuentos favoritos de cuando era pequeña. Por un momento, se sintió en el paraíso, hasta que la realidad cayó sobre ella cuando, mientras caminaba por el pasillo de alfombra roja, comenzó a escuchar los cuchicheos de su futura suegra y de sus hijas.
—Aunque la mona se vista de seda, mona queda —dijo Lavonia con descaro, en el momento en el que Eileen giró levemente la mirada para observarlas.
Sus hijas y Patsy comenzaron a reír a mandíbula batiente, como si Lavonia hubiera pronunciado el chiste más gracioso de la historia.
Cuando llegó junto a Joseph, no pudo evitar sentir un cosquilleo en la boca de su estómago. Pero intentó hacer este sentimiento a un lado, repitiendo su mantra: «es solo un matrimonio por contrato».
Sin embargo, este autocontrol prácticamente se vino abajo cuando Joseph se acercó a ella y le susurró al oído:
—Ese vestido te sienta muy bien. Luces preciosa.
La piel de Eileen se encrespó por completo, pero se limitó a sonreír. No quería demostrar que aquellas simples palabras habían hecho que las mariposas volvieran a revolotear estúpidamente en su estómago.
Un año después, Eileen comenzó con náuseas y mareos, por lo que, inmediatamente se lo comunicó a Joseph. —¿Crees qué...? —preguntó Joseph con los ojos desorbitados. —Solo lo sabremos cuando me haga un test. Prefiero hacerme una prueba de laboratorio. —¿Qué hora es? —preguntó Joseph y miró su Rolex—. Tenemos tiempo para ir. Aún no has desayunado. —¿Quieres hacerlo ya? —lo interrogó—. Solo tengo un retraso de un mes. —Eso y tus síntomas son suficientes para que sospechemos. ¿Por qué mejor no salir de dudas? Eileen lo pensó por un momento y terminó reconociendo que tenía razón. —Está bien —asintió, al cabo de un momento—, vamos ahora mismo. ...Media hora después, Joseph y Eileen se encontraban en el laboratorio. —Señora Anderson —dijo una bioquímica en un momento dado, cuando Eileen comenzaba a impacientarse.Eileen alzó la cabeza. —Ya puede pasar. Eileen se puso de pie y se encaminó detrás de la mujer. —Te esperaré aquí —le aseguró Joseph y sonrió para tranquilizarla. Eile
UNA SEMANA DESPUÉS. Eileen se observaba al espejo con incredulidad. Jamás hubiese imaginado que, no solo se casaría por contrato con el hombre más codiciado del país, sino que este terminaría enamorándose de ella. No podía procesar todo lo que había sucedido en el último tiempo. La sensación que tenía en el pecho era extraña. Se sentía de la misma manera que en el momento en el que se había casado con Joseph Anderson por contrato, sin embargo, ahora la embargaba la seguridad y la felicidad. Lejos quedaba la preocupación y el nerviosismo, incluso la incredulidad de que estaba a punto de casarse por contrato. Aunque aún permanecía incrédula. Inspiró profundamente, contuvo el aire en sus pulmones por un par de segundos y lo soltó con lentitud. A continuación, se dio la vuelta y se encontró con Mary, quien la había ayudado a prepararse para aquel evento. Inspiró profundo y dejó que la mujer la guiara hasta el centro de la estancia, en donde se dedicó a arreglarle el vestido que ha
VEINTIÚN DÍAS DESPUÉS. —No puedo, ¡no puedo!, ¡NO PUEDO! —exclamó Eileen mientras se probaba vestido tras vestido. —Hija, tienes que escoger uno, estamos a solo dos semanas de la boda. —Lo sé, pero que me lo digas no me tranquiliza, lo sabes, ¿no? —repuso Eileen con el rostro enrojecido. —Pues no sé por qué tanta prisa por casarse. Ya se habían casado, podrían haber anulado el divorcio —repuso Samanta, alzando una ceja. —Tu madre tiene razón —dijo Mary, quien estaba buscando un nuevo vestido en la tienda. —¿Qué ha pasado? ¿Se han complotado? —preguntó Eileen con el ceño fruncido. —No, pero es que nos estás poniendo nerviosas —respondió Mary—. No hay nada que te guste. No sé cómo accediste a utilizar el vestido que escogí para ti para cuando se casaron anteriormente. —Se encogió de hombros. —En ese momento, me importaba muy poco lo que llevara puesto. Era un matrimonio por contrato, me daba lo mismo lo que me pusieran. Podría haber llegado al altar con una bolsa de papa y lo mi
Al llegar a la suite presidencial que Joseph había alquilado para aquella noche, Eileen no pudo resistirse más. Sin pensarlo dos veces, se lanzó a sus brazos y dejó que sus lágrimas fluyeran empapando la chaqueta del traje de Joseph. —No llores, amor —dijo Joseph mientras le acariciaba la espalda. Cuando Eileen se separó de él, Joseph pudo ver el alma de Eileen a través de sus ojos. Miró su rostro con detenimiento mientras ella le devolvía la mirada y le enjugó las lágrimas con el pulgar. Sin titubear, Eileen tomó el rostro de Joseph entre sus manos y, sin más, posó sus labios sobre los de él. Lo besó con cautela, pero con todo el sentimiento que era capaz de transmitir de aquella manera. Sin demora, los labios de Joseph le correspondieron y se amoldaron a los de ella, devolviéndole el beso, mientras las lágrimas continuaban rodando por el rostro de Eileen. No podía describir el sentimiento que aquello le causaba. Mariposas surcaban su estómago, aleteando sin control, mientra
Eileen sintió como decenas de pares de ojos se enfocaban en ellos dos y no pudo evitar sentirse incómoda. —Eileen —continuó Joseph sin apartar la mirada de ella—. Sé que he sido un idiota durante todo este tiempo, sé que me he comportado como un imbécil y, delante de todas estas personas lo reconozco, como también reconozco que eres la mujer de mi vida, que eres la persona que amo. —Tragó saliva—. Siempre pensé que jamás me enamoraría, hasta que tú llegaste a mi vida. Eileen se puso roja como un tomate. Jamás había imaginado que aquella cita terminaría con una confesión en público. —Sí, puede ser que suene un poco exagerado —Rio con incomodidad—, pero desde el día en que entraste en mi oficina buscando trabajo supe que eras la única mujer que podría ganarse mi corazón. —Suspiró—. Desde ese día, sin que te dieras cuenta te adentraste a mi vida y, poco a poco, a pesar de nuestro matrimonio te fuiste metiendo bajo mi piel. Desde la primera vez que te vi, con tu ropa de segunda mano, c
Cuando Eileen bajó las escaleras, no pudo evitar quedar boquiabierta. Joseph lucía un traje azul con rayas sutiles en blanco, una camisa desabotonada en los primeros botones de la misma, luciendo sus pectorales, su cabello estaba finamente peinada y su barba de días había desaparecido.Así, sin barba, aparentaba mucha menos edad de lo que realmente tenía. A Eileen no le hizo mucha gracia este último punto, porque le encantaba el toque galante que le daba su barba, pero se abstuvo de hacer ningún comentario al respecto.En cuanto a Joseph, tampoco le pasó desapercibido el aspecto de Eileen, quien siembre de pantalones o jeans y quien pocas veces usaba un vestido como aquel, que se entallaba a su cuerpo y realzaba su figura.—Estás más preciosa que nunca —la elogió, dibujando una sonrisa de oreja a oreja.Re
Último capítulo