Capítulo 2 - Es la única opción.

Cuando Eileen fue a retirar a Malena al colegio, uno de los más costosos de la ciudad, vio que la pequeña salía con el rostro cubierto de lágrimas.

Rápidamente, se acercó a ella y, poniéndose a su altura, le preguntó:

—¿Qué sucede, mi amor?

La niña, que tan solo contaba con seis años de edad, alzó la mirada hacia ella y se secó las lágrimas antes de responder:

—Papá no ha pagado el colegio. —Sorbió por la nariz—. Y la directora me dijo, delante de todos, que quería hablar contigo para que te pongas al corriente, porque si no tendrán que suspenderme. Todos los chicos comenzaron a burlarse de mí, porque ahora somos pobres.

—No, cariño, no somos pobres —le aseguró mientras la abrazaba—. Mamá tiene trabajo y hará todo lo posible para que la directora no te suspenda. Ya verás cómo tus compañeros tendrán que tragarse sus palabras.

—Pero, mamá, tú no ganas demasiado —objetó la pequeña.

Eileen suspiró y tragó saliva, mientras aupaba a Malena. Detestaba con todo su ser a Charles, su exmarido. El problema era con ella, ¿por qué diablos se la agarraba también con la pequeña? ¿Qué culpa tenía Male de que ella lo hubiese dejado por ser un puto infiel?

Sabía que lo mejor era hablar con él y dejar las cosas en claro. Pero hacía tan solo un par de meses que se habían divorciado y no quería verlo ni en estampillas. Aquel hombre la asqueaba, le había hecho demasiado daño.

Inspiró profundo. Tenía que encontrar una solución. No podía dejar que su pequeña sufriera por culpa de aquel desgraciado. Pero ¿cómo, si no quería enfrentarse a él?

Se humedeció los labios y abrazó a la niña con fuerza.

—Tranquila, mi amor, mamá se encargará de esto —le aseguró y se alejó unos centímetros de ella. Le secó las lágrimas y agregó—: Ven conmigo y espérame un momento fuera de la dirección. Hablaré con la directora, ¿sí?

La pequeña asintió y ambas se dirigieron al interior del establecimiento.

Una vez frente al despacho de la directora, Eileen llamó a la puerta, la cual se abrió prácticamente de inmediato.

—Buenas tardes, señora Mortensen —la saludó la directora.

—Clark, por favor —la corrigió. Odiaba que la gente siguiera refiriéndose a ella como la esposa de Charles.

—Lo siento, señora. Dígame, ¿qué necesita?

—¿Podemos hablar en privado? Por favor —pidió mientras miraba de soslayo a Male, quien se había sentado en una de las butacas del pasillo.

La directora asintió y se hizo a un lado, invitándola a entrar. 

Una vez cerró la puerta detrás de sí, la mujer rodeó su escritorio y se sentó en una butaca de cuero negro e invitó a Eileen a hacer lo mismo en una de las sillas que se encontraban frente a ella.

—Me dijo Male que quería hablar conmigo por el tema del pago de la cuota —dijo Eileen yendo directamente al grano.

—Así es. Se adeudan varias cuotas de su hija —respondió la mujer con un leve asentimiento de cabeza.

—Siento mucho esto. ¿Cuántas cuotas son? —preguntó, ladeando la cabeza.

La directora comenzó a navegar en su ordenador de última generación.

—¡Aquí está! —dijo al cabo de un momento—. Se deben doce cuotas.

—¿Do-doce cuotas? —Alzó las cejas, sorprendida.

Hacía solo cuatro meses que se había divorciado de Charles, eso quería decir que no solo la había engañado con otra, sino que todo el dinero que decía destinar a los estudios de Male, los había despilfarrado…

Aquella constatación no hizo más que enfurecerla. Antes lo detestaba y le daba asco, pero, en ese momento, lo odiaba con todo su ser.

—Ahora entiendo por qué Malena me comentó lo de la suspensión. No se preocupe que pronto me pondré al día, pero por favor no la suspenda. Ya demasiado ha tenido con las burlas que recibió hoy por parte de sus compañeros.

—Señora, entiendo que está pasando por un mal momento por su divorcio, pero no puedo hacer excepciones… —dijo la directora.

—Solo una semana, deme una semana y le cancelaré absolutamente todo. Pediré un préstamo, lo que sea, pero, por favor —suplicó con las manos unidas frente a ella a modo de rezo—, no le haga esto. Es solo una niña de seis años.

La directora se quedó en silencio por un par de minutos que a Eileen se le hicieron eternos, tras los cuales asintió.

—Está bien. Pero solo una semana, ni un día más. No puedo estar con los superiores exigiéndome los pagos. Puedo dejarlo estar por siete días más, pero solo eso.

—Gracias, gracias y mil gracias —dijo Eileen extendiendo las manos y tomando las de la mujer—. Cumpliré, antes de la semana, si todo sale bien, la deuda estará saldada.

—Eso sí, tendrá que pagarla con recargo por mora —le advirtió la mujer.

—No hay problema. No se preocupe. Por favor, imprímame cuánto es y yo buscaré el modo de solucionar esto.

Haría hasta lo impensable por aquella pequeña. Estaba dispuesta a todo y más. Aunque con ello tuviera que dejar de lado su dignidad y sus miedos.

La mujer le entregó el folio impreso y Eileen se despidió rápidamente de ella. Tenía que llevar a Malena a casa, ducharla, darle de cenar y enviarla a la cama —los deberes podían esperar—, si quería solucionar el tema de la deuda que el infeliz de su exmarido había contraído con el colegio.

Al salir del despacho, tomó a la niña de la mano y la condujo hacia el exterior. Paró un taxi y se montó en él, indicándole la dirección del departamento que alquilaba fuera de la ciudad.

—¿Qué pasó, mami? —preguntó la chiquilla, en cuanto se montaron en el vehículo.

—Nada, cariño. Tú quédate tranquila, mamá solucionará todo, ¿sí?

Malena asintió y se acurrucó junto a ella. Eileen suspiró y miró a través de la ventanilla. Un nudo se había formado en su estómago. Le producía nervios, el simple hecho de pensar en su única posibilidad.

Cuando llegaron al bloque de departamentos, subieron las escaleras hasta el cuarto piso, dado que el ascensor del edificio no funcionaba. Le había salido demasiado económico arrendar allí, pero la gran mayoría de las cosas funcionaban a medias o directamente no lo hacían.

Una vez que por fin alcanzaron su piso, se dirigieron al departamento y, luego de entrar, Eileen se giró hacia la pequeña.

—Amor, ven conmigo, tomarás un baño mientras mamá hace una llamada de trabajo —dijo y, a continuación, la tomó de la mano y la condujo hasta su habitación.

Después de prepararle el baño y de pedirle que tuviera cuidado, a pesar de que hacía meses que se bañaba por sí sola, se alejó hacia la zona que cumplía la función de cocina y comedor.

Tomó un cigarro del cajón del modular que tenía en una esquina y lo encendió. Hacía años que no fumaba, pero siempre guardaba un atado de tabaco, para momentos en el que las crisis de ansiedad la atacaran, como lo estaban haciendo en ese momento.

A continuación, salió al balcón y tomó su móvil. Le dio una larga calada al cigarro y miró la pantalla del teléfono.

La mano le temblaba como era poco habitual. Los nervios y la ansiedad la estaban consumiendo.

«Tengo que hacerlo», pensó. «Es por Malena».

Por mucho que le diera vueltas en su cabeza, no tenía más alternativa. No podía ver a su niña sufrir ni que fuera expulsada de aquel colegio que tanto le gustaba.

Sí, solo tenía una opción, aunque no le gustara en lo más mínimo.

Inspiró profundo, buscó el número entre sus contactos, le dio al botón de llamada y esperó.

Al tercer tono, la voz del hombre resonó al otro lado de la línea.

—Hola. Soy Eileen. ¿Podemos hablar mañana, a las ocho, en el café que hay frente a la empresa? —preguntó y escuchó la respuesta de su interlocutor. Tragó saliva—. Perfecto. Muchas gracias.

Tras estas últimas palabras, colgó la llamada y miró el aparato.

Ya estaba hecho. Era la única salida. Sentía que se estaba condenando y estaba tirando sus principios a la basura. Pero, por Malena, era capaz de entregar su vida.

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