La Secretaria del CEO
La Secretaria del CEO
Por: A. A. Falcone
PREFACIO

Eileen se observaba en el espejo, incrédula. En su cabeza no cabía la idea de lo que estaba a punto de hacer.

Inspiró profundamente, contuvo el aire en sus pulmones por un par de segundos y lo soltó con lentitud. A continuación, se dio la vuelta y se encontró con la mujer encargada de prepararla para aquel evento, el cual jamás imaginó que la tendría a ella como protagonista. Y mucho menos, tan pronto.

«Es por Malena», se dijo. «Pura y exclusivamente por ella».

Inspiró profundo y dejó que la mujer la guiara hasta el centro de la estancia, en donde se dedicó a arreglarle el vestido que había escogido por ella. Eileen no había sido capaz de decidirse por ninguno. Ni siquiera estaba segura de si aquella boda era la mejor decisión de su vida. Solo sabía que tenía que proveer a su pequeña y que, el trato que su jefe le había ofrecido a la hora de proponerle matrimonio, era su única alternativa.

Sí, sabía que era lo mejor para Malena, pero ¿en qué momento de su vida hubiese imaginado que se casaría con su jefe, el CEO de una de las empresas más grandes de la moda? Ella no era más que una joven de los barrios bajos que, a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, había alcanzado el puesto como secretaria de aquel hombre.

Era consciente de por qué lo hacía, de cómo había sucedido todo hacía una semana atrás, pero su cerebro aún era incapaz de procesar toda aquella información. Era como si estuviera en un sueño. Ella, la pobretona, la que se vestía con la ropa heredada y envejecida de su madre, casándose con un magnate del mundo de la moda, un hombre millonario, alto y guapo por donde se lo mirase.

No podía quitarse de la cabeza la imagen de sus ojos azules mirándola con insistencia, en el momento en el que le propuso que se casara con él.

Sabía que todo aquello era por contrato, un matrimonio por conveniencia, una unión con un hombre que conocía hacía tan solo cuatro meses y por el que no sentía nada más que una mera atracción física, pero no por eso se sentía menos feliz. A fin de cuentas, aunque no fueran felices como en los cuentos de hadas, ese era su día, su boda. Algo que jamás creyó que sucedería. Aún era joven, pero nunca se imaginó vestida de blanco ni mucho menos caminando hacia el altar.

Por eso estaba allí, a punto de casarse con Joseph Anderson, dueño y presidente de Anderson Inc., una de las más prestigiosas empresas de la moda. En el contrato prenupcial que Eileen había accedido a firmar, el hombre aseguraba que, aun cuando se cumplieran los cinco años de matrimonio y ambos pudieran solicitar el divorcio, él continuaría haciéndose cargo de ella y de Malena «de por vida».

La marcha nupcial comenzó a sonar y su corazón comenzó a palpitar aún más rápido de lo que lo había hecho hasta ese momento.

—Ya es la hora, señorita Clark. —La estilista sonrió—. Luce preciosa. Estoy segura de que el señor Anderson opinará lo mismo.

Eileen inspiró profundamente, soltó el aire a través de sus fosas nasales y asintió.

—Oiga, pero ¿por qué esa cara? —preguntó la mujer. Eileen negó con la cabeza, pensando que era una entrometida—. Vamos, muchacha, sonría. Es el día de su boda. Se casará con el hombre más codiciado de toda la ciudad y pasará a ser la señora Anderson.

Eileen suspiró y forzó una sonrisa.

—Tiene razón —dijo al cabo de un momento—. Quizás es solo que estoy nerviosa.

—Algo bastante normal, si me lo permite —respondió la mujer—. Pero no se preocupe, todo saldrá de maravillas.

La estilista la tomó del brazo y la condujo hasta la puerta blanca, de cristal opaco, que separaba la habitación en la que se encontraba de la sala en la que se llevaría a cabo la ceremonia. Su corazón parecía querer salírsele del pecho. Tragó saliva y abrió la puerta.

Había pedido que nadie la acompañara hasta el altar. Había creído que podría sola. No obstante, en cuanto cruzó el umbral de la puerta, el mundo cayó a sus pies.

Ver a tanta gente reunida, con las miradas enfocadas en ella, no hacía más que cohibirla. Aun así, ya nada podía hacer más que avanzar hacia donde se encontraba Joseph, quien la esperaba junto al juez.

Eileen no pudo evitar pensar que lucía como un príncipe sacado de uno de sus cuentos favoritos de cuando era pequeña. Por un momento, se sintió en el paraíso, hasta que la realidad cayó sobre ella cuando, mientras caminaba por el pasillo de alfombra roja, comenzó a escuchar los cuchicheos de su futura suegra y de sus hijas.

—Aunque la mona se vista de seda, mona queda —dijo Lavonia con descaro, en el momento en el que Eileen giró levemente la mirada para observarlas.

Sus hijas y Patsy comenzaron a reír a mandíbula batiente, como si Lavonia hubiera pronunciado el chiste más gracioso de la historia.

Cuando llegó junto a Joseph, no pudo evitar sentir un cosquilleo en la boca de su estómago. Pero intentó hacer este sentimiento a un lado, repitiendo su mantra: «es solo un matrimonio por contrato».

Sin embargo, este autocontrol prácticamente se vino abajo cuando Joseph se acercó a ella y le susurró al oído:

—Ese vestido te sienta muy bien. Luces preciosa.

La piel de Eileen se encrespó por completo, pero se limitó a sonreír. No quería demostrar que aquellas simples palabras habían hecho que las mariposas volvieran a revolotear estúpidamente en su estómago.

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