Livia
Cerré la puerta y apoyé mi espalda sobre ella, mirando la pulcritud y lo espacioso del lugar. Era mucho para considerarse la “habitación” principal, pero su dueño parecía amar tanto la privacidad que incluso yo misma me sentía excluida.
Le busqué, encontrándolo en la terraza, con el torso descubierto dejando ver los vendajes; estaba desaliñado, con la laptop sobre las piernas y bebiendo un trago de whisky.
Sentí el tic en mi ojo derecho; una sola petición y ni eso podía cumplir. Pero estaba tan molesta que pasé de largo, subí a la recámara y me quité aquel estúpido vestido que me hacía recordar la época en la que tenía que verme “perfecta”. Pero me detuve de golpe al notar las cajas de regalo sobre la cama. Solté un bufido, porque eso parecía más un soborno para que no volviera a insistir con el tema de mi madre.
Me acerqué a husmear lo que había en su interior. Una sonrisa irónica tiró de mis labios al encontrar un vestido negro de encaje, abierto de los costados, y unas ligas