El encuentro había tardado más de lo que Giulio estaba dispuesto a soportar. Después de varias negativas, excusas triviales y silencios calculados, Rebeca finalmente aceptó verlo. Eligió un restaurante discreto, uno de esos lugares donde la luz tenue y el murmullo constante de conversaciones ajenas parecían ofrecer refugio. Pero para ella, nada en esa cita era seguro.
Desde el momento en que lo vio, supo que algo había cambiado. La sonrisa de Giulio no alcanzaba sus ojos. Su mirada, oscura y afilada, la diseccionaba como si intentara atravesar cada capa de su piel hasta llegar al hueso.
Se sentaron frente a frente, con una mesa de madera oscura entre ellos. El aroma del vino recién servido apenas mitigaba la tensión que flotaba en el aire. Giulio no perdió tiempo en cortesías.
—Quiero saber más de ti —dijo con un tono grave, sin apartar la vista de ella.
Rebeca se obligó a sonreír, a mantener el control. Había ensayado cientos de veces qué decir si llegaba ese momento. Y aun así, el s