Fue otra noche eterna, avanzando hacia el este por aquella estepa llana, interminable. Los vampiros cabalgaban en completo silencio en aquellos caballos que parecían infatigables.
No podía faltar más que un par de horas para el alba cuando a lo lejos distinguí una línea oscura frente a nosotros, que se extendía de norte a sur. Pronto vi que se trataba de árboles, e imaginé que debía tratarse de un curso de agua.
Y así era. Aquellas tierras eran tan secas que la franja de árboles no se extendía más de veinte metros a ambos lados del río, que tenía al menos el doble de ancho, y corría con un rumor sordo, profundo, entre las orillas bajas.
Se me ocurrió que tal vez fuera el Launne. Respiré hondo rezando para ser capaz de controlar mi pulso. Porque si ése era el Launne, el recodo no podía estar a más de un día de cabalgata hacia el sur. ¡El puesto de Maddox!
Me obligué a dominar mi ansiedad. Por resistente que fuera, mi caballo no estaba en condiciones de gal