El acento de Risa me hizo impulsarme hacia atrás para sentarme mejor en la cama. Recordé de inmediato la conversación que tuviéramos antes de la batalla y creí adivinar a qué se refería.
—¿Por los cachorros? —inquirí—. Mendel nos hará saber tan pronto haya ido.
—Me dijiste que la Luna vive sola con sus hijos en un vallecito en medio del bosque, ¿verdad?
—Así es.
—A dos días de la aldea.
—Menos si vas en cuatro patas.
—Y es lo único que se interpone entre tus tierras…
—Nuestras tierras.
—Nuestras tierras y las que rige un paria, ese supuesto gobernador blanco.
—Dilo ya, amor mío. ¿Qué es lo que te inquieta?
—¿Cómo sabes que no han ocupado ya el valle, y la Luna y sus hijos siguen vivos?
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Habiendo aclarado la cuestión, al menos de momento, Risa nos dejó platicando para preparar el almuerzo, aunque su vista se desviaba involuntariamente hacia la ventana cada pocos minutos.—¿Por qué no vas a ver cómo está Malec, amor? —sugerí al notarlo.Risa apretó los labios y meneó la cabeza, volviendo a atender a la salsa que cocinaba.—Tengo que aprender a no tenerlo pegado a mis faldas a toda hora —respondió con la vista baja.—Pero cuesta —tercié sonriendo.—No te preocupes, Risa. Si le pasara algo, ya se habría enterado todo el puesto —intervino Mendel.—Es cierto. Bien, ¿cómo está todo en el puesto del oeste?—Rathcairn —me interrumpió Mendel.—¿Le dieron nombre? —inquirió Risa desde la cocina—. ¿Qué
Mi incapacidad de moverme bien en cuatro patas me obligó a dejar a Baltar al mando de la defensa de esa zona, como antes de la ofensiva. Una decisión que alegró a mi primo, un guerrero avezado que en los últimos años no había tenido muchas oportunidades de participar en la lucha y añoraba estar en el frente.Pero el ocio administrativo no era para mí. Dejé a Bricio, el hijo mayor de Baltar, racionando alimentos para el invierno y atendiendo las menudencias cotidianas, y me dediqué a preparar el puesto, en caso que este invierno fuera tan riguroso como el anterior.Con eso en mente, me llevé a los Omegas al bosque, donde cortamos cuanto árbol caído encontramos para hacer sólidos postes de dos metros de largo. Sabía que no nos alcanzarían para lo que tenía en mente, de modo que dejé a la mitad de los muchachos hachando árboles muertos que a
—Comienza a hacerle masajes espinales —le indiqué, riendo por lo bajo con ella.Mientras ella lo masajeaba suavemente, yo intentaba guiarlo con mi mente.Nos llevó un buen rato, pero al fin tuvimos éxito.Para nuestra sorpresa, Malec se descubrió tendido boca abajo en la cama y se apresuró a sentarse. Se miró las manitos, se tocó los pies, nos miró con ojos muy abiertos y se echó a llorar desconsoladamente.Risa se volvió hacia mí desconcertada.—¡Guau! —gimió Malec, tratando de imitar un ladrido.—Creo que quiere volver a estar en cuatro patas —le dije a Risa, observándolo—. ¿Quieres ser lobo, hijo?—¡Lo! ¡Guau!—Bien, deja de llorar y presta atención.El bebé obedeció como si hubiera entendido cada palabra. Y quizás as&iacut
Tal como previéramos, la destrucción del poblado y los cultivos mantuvo alejados a los parias y sus vasallos de las orillas del Launne. Se cuidaron de mantenerse a distancia, usando las colinas para ocultar sus movimientos. Y tal como previéramos, centraron sus ataques en los puestos al oeste de Reisling.Con cada nuevo parte que Mendel me enviaba, dábamos gracias a Dios por la providencial llegada de los solitarios. Sin ellos, no habríamos podido sostener nuestra posición en el recodo. Mi hermano y sus hijos se habían adentrado en las tierras al norte del puesto de Maddox, acompañados por unos pocos solitarios, hallando tierras baldías hasta que se aproximaron a las colinas.Allí descubrieron una ciudad rodeada por tierras de cultivo y pastoreo, y Mendel estimó que albergaba al menos un millar de habitantes. Evitaron el territorio controlado por los humanos, con intenciones de averiguar qu&ea
Quillan y Sheila estaban felices con la perspectiva de pasar unos días con su tía y sus primas. El problema resultó Malec. Cuando lo acomodé en la montura frente a mí y vio que sus hermanos nos despedían alegremente desde el camino, se echó a llorar desconsoladamente.Intercambié una mirada con Risa, que apretó los labios y suspiró. Desmontó de su yegua y se acercó a mi semental para tomar a Malec en sus brazos.—¿Qué ocurre, hijo? —le preguntó muy seria.Malec se trepó a su hombro, tendiendo sus bracitos hacia los niños.—¡Ki! ¡Se! —exclamó. Ésos eran Quillan y Sheila.—¿Quieres quedarte con ellos? —le preguntó Risa, retrocediendo hacia Kaile, Briana y los niños.—¡Ki, Se! ¡Mac! —Mac era como se llamaba a sí mis
Le acaricié una mejilla. Encontró al fin mis ojos, y los suyos sólo mostraban confusión.—¿Y qué tiene de malo ese sueño, vida mía? —pregunté con suavidad—. ¿No crees que lo causa la tensión de todo este lío?—Es siempre el mismo —respondió—. Muy detallado. Estoy segura que reconocería el lugar si lo viera. Y tiene esa sensación de recuerdo que tenían mis sueños con Malec, cuando aún no sabía que estaba embarazada.—¿Tú crees que es alguna clase de visión? —inquirí con cautela.Se encogió de hombros con una mueca, dejando en claro que no lo sabía, pero lo temía.—Sabemos que hay cazadores humanos en ese bosque —tercié, guardándome mi propia inquietud para tratar de tranquilizarla.—&i
Mendel y sus hijos se reunieron con nosotros un par de kilómetros al este de las tierras de cultivo de Rathcairn y continuamos camino todos juntos. Poco después avistamos un campamento improvisado y tres cabañas a medio construir, en las que trabajaban una docena de humanos.—¿Qué harán aquí? —inquirí, aprovechando la excusa para distraernos al menos por unos minutos de lo que nos traía al oeste.—Estamos llevando a la práctica la idea de Luna Risa —explicó Mendel guiñándole un ojo a mi pequeña, que enrojeció hasta las orejas—. Los que saben construir están levantando casas para los agricultores, que están ocupados en los campos. Si el clima acompaña, habrán terminado al menos diez viviendas antes que llegue la nieve, y los refugiados podrán mudarse aquí.—¿Todos los humanos?
—¿Encontraste rastros de vasallos o algo parecido? —le pregunté a Mendel, cerrándome a los demás.—No, nada. Ni siquiera campamentos de cazadores como la vez anterior.—¿Qué es lo que te preocupa, entonces?—No lo sé, Mael. Es algo en el aire. Huele a peligro.Risa nos escuchaba con la vista baja, y apretó mi mano en silencio.—¿Quieres que nos marchemos? —le pregunté.—No. Ya hemos llegado hasta aquí —respondió en un susurro—. A menos que ustedes descubran alguna amenaza concreta, prefiero que continuemos adelante.Y eso hicimos. Una vez más, descansamos unas horas después de cenar, y retomamos camino. Mendel y sus hijos, que estuvieran allí sólo meses atrás, recordaban el camino mucho mejor que yo, y podían guiarnos sin inconvenientes por el bosque a