Habiendo aclarado la cuestión, al menos de momento, Risa nos dejó platicando para preparar el almuerzo, aunque su vista se desviaba involuntariamente hacia la ventana cada pocos minutos.
—¿Por qué no vas a ver cómo está Malec, amor? —sugerí al notarlo.
Risa apretó los labios y meneó la cabeza, volviendo a atender a la salsa que cocinaba.
—Tengo que aprender a no tenerlo pegado a mis faldas a toda hora —respondió con la vista baja.
—Pero cuesta —tercié sonriendo.
—No te preocupes, Risa. Si le pasara algo, ya se habría enterado todo el puesto —intervino Mendel.
—Es cierto. Bien, ¿cómo está todo en el puesto del oeste?
—Rathcairn —me interrumpió Mendel.
—¿Le dieron nombre? —inquirió Risa desde la cocina—. ¿Qué