Valentina se dirigió a su habitación y cerró la puerta con llave. No deseaba que Mateo entrara; ni siquiera soportaba la idea de tenerlo cerca. Tras darse una ducha, se refugió en la cama. Una hora después, Mateo intentó abrir la puerta y, al toparse con el cerrojo, un arrebato de ira lo empujó a salir a la calle. Caminó sin rumbo, tratando de ahogar en pasos la rabia que le quemaba el pecho.
Mientras tanto, Valentina yacía desvelada. Los pensamientos se enredaban en su mente, negándole el descanso. Finalmente, se levantó y fue a la cocina por un vaso de leche. Bebió un sorbo, pero al probarla, los recuerdos de su padre la embargaron. Guiada por la nostalgia, se encaminó a su oficina. Avanzó despacio, observando cada detalle con ternura. recorriendo cada rincón con una mezcla de dolor y cariño. Se dejó caer en el sillón, apoyó los brazos en los reposabrazos y alzó la vista al techo. Entonces cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas rodaran libremente mientras revivía aquella últi