El silencio después de que Vigo se marchara era una cosa fría y pesada.
Estaba lleno del fantasma de su olor: el hedor abrumador de los Garras Rojas y el leve segundo aroma de traición que se aferraba al guardia que lo acompañaba. Dos de ellos. Una conspiración. Un nido de víboras escondido en el corazón de mi manada.
Mi mente corría, intentando comprender la magnitud de todo. Ya no era solo la ambición de Vigo. Era una red. Tenía seguidores. Leales. Personas dispuestas a cometer traición. Gente que estaba de pie, custodiando mi puerta.
Un escalofrío agudo recorrió mi columna. Ya no era solo una prisionera. Era una rehén en una guerra que ni siquiera sabía que se estaba librando. Cada sombra en mi celda parecía contener una nueva amenaza. Cada paso distante sonaba como un enemigo que se acercaba.
Apreté el trozo áspero de la primera nota contra mi pecho. Confía en ti misma.
Las palabras eran un salvavidas, pero se sentían frágiles ante el peso abrumador de esta nueva realidad. ¿Cómo p