La nota se había convertido en mi nuevo mundo.
Su textura áspera y seca era un mapa que podía seguir. Las letras en relieve eran un lenguaje que podía comprender. Confía en ti misma. Había repetido esas palabras tantas veces en mi cabeza que ya no eran solo letras; eran una orden. Un juramento.
Mis dedos las recorrieron de nuevo, el movimiento era un ritual reconfortante en la oscuridad sofocante. Ya no era una prisionera esperando morir. Era una cazadora. Y mi presa era un fantasma.
El tic-tac.
Era una presencia constante y enloquecedora al fondo de mi mente. Un leve sonido mecánico, tic-tic-tic, que solo podía oír cuando apartaba todo lo demás. Cuando me concentraba tanto que me dolía la cabeza. Era el latido del corazón de Vigo, o mejor dicho, el latido de su engaño. El sonido del dispositivo que había usado para incriminarme.
Mi primera misión fue entenderlo.
Comencé a construir un nuevo mapa de mi prisión, no hecho de muros y puertas, sino de sonidos. Me sentaba en el centro de l