El aroma de Moonpetal era un fantasma sobre mi piel.
Era un susurro floral, tenue, un rastro de veneno que había quedado en la manga de Mira. Me senté completamente inmóvil en mi catre, con los dedos presionando el punto de mi mejilla donde su vestido me había rozado. El olor era una llave. Una llave que estaba abriendo una puerta en mi mente que ni siquiera sabía que existía.
Moonpetal.
El nombre resonaba en mi cabeza, un recuerdo del libro de letras en relieve que Ronan me había dado. El libro de historia de la manada y de hierbas. Podía sentir la forma de las letras en mi memoria, la impresión firme y definida de la palabra bajo mis dedos.
El libro decía que era rara. Increíblemente rara. Solo crecía en un valle alto y aislado, protegido por un hechizo. Solo una persona tenía permitido entrar en ese valle. La sanadora de la manada.
Una anciana llamada Lyra. Una mujer tan callada y discreta que era más parecida a un mueble que a una persona. Solo la había visto un puñado de veces. Su