El aire en el balcón era un ser vivo, denso con amenazas no dichas y el poder crudo e indómito de dos lobos Alfa enfrentados. Las palabras de Vigo, susurradas como el veneno de un amante, se habían filtrado en el mismísimo tejido de la noche.
Apártate, Ronan. Déjame salvar a nuestra manada de tu error.
A través del vínculo sentí la reacción de Ronan. Fue una oleada de furia pura, desatada, tan ardiente y violenta que casi me hizo jadear. Pero enseguida fue reemplazada por una fría y aplastante impotencia. Estaba acorralado. Si atacaba a Vigo allí, frente a la manada, le estaría dando la razón. Sería el Alfa inestable y violento que el Beta describía. Le estaría entregando el trono en bandeja de plata.
Vigo lo sabía. Pude sentir su satisfacción engreída, una sensación aceitosa que me revolvió el estómago. Había acorralado a mi compañero, y estaba disfrutando cada segundo.
Vigo se volvió hacia la multitud, su rostro una máscara de profunda y falsa preocupación. Era un actor consumado, y