Ronan no dudó.
En el mismo instante en que las palabras salieron de mis labios, él ya estaba de pie. El hombre tierno que había besado mis muñecas desapareció, reemplazado en un parpadeo por el Alfa. El aire de la habitación se volvió espeso, cargado con el poder crudo e indómito que emanaba de él en oleadas. Era algo aterrador y, al mismo tiempo, electrizante.
—¿Cuántos? —preguntó con voz grave, peligrosa, mientras se movía hacia un gran cofre de roble al fondo de la habitación.
Cerré los ojos, desconectándome del mundo físico y concentrándome en el vínculo, en los ecos de la amenaza que se aproximaba. Era como escuchar una tormenta lejana, pero podía sentir cada gota de lluvia individual.
—Docenas —susurré, el corazón latiendo con fuerza—. Tal vez más. Sus corazones laten al mismo ritmo... furiosos, rápidos. No son una turba desorganizada. Están coordinados.
Él abrió el cofre con un golpe. Escuché el sonido del cuero al ser ajustado, el tintineo metálico de una hebilla. Se estaba ar