El despacho de Nicolay huele a desinfectante, whisky y pólvora vieja, ni siquiera se ha lavado la sangre de encima, apenas se puso la camiseta. Se halla sentado en el sillón de cuero, con los nudillos vendados y el ceño fruncido. Iván, el médico de confianza, revisa las heridas causadas por los golpes que le propinó Rixio en la mandíbula, el costado y el pecho. También ojea los nudillos rasgados que el ruso descargó contra la puerta blindada del sitio seguro donde Emily estuvo retenida. La piel está rota, inflamada, pero no hay fracturas.
—No es grave, pero te aconsejaría que no golpees las puertas blindadas. Lo demás son solo golpes musculares a causa de la pelea, con esto debe bastar, aunque si sientes nauseas o dolores punzantes debes avisarme para realizar rayos equis enseguida—dice Iván, mientras aplica una pomada que huele a menta.
Nicolay no responde, respira hondo. El dolor físico lo deja en segundo plano, le queda el sabor amargo de no saber dónde se encuentra Gabriel.
Darko