La tarde de se convirtió en noche, esa que cae sobre la mansión Romanov como un manto pesado. Las tazas de porcelana quedaron huérfanas en la mesita de centro, las luces están bajas, los pasillos en silencio. Nicolay observa a la niñita inocente y vulnerable que le habla de su hermana con tanta esperanza que, no puede negarse, el corazón le late con una inquietud que no sabe nombrar. Becky lo toma de la mano con decisión infantil cuidando de no lastimarlo. Pero él no piensa en el dolor, solo piensa en esa alma pura que desea proteger.
—¿Me llevarías con ella? Seguro ella te pondrá pomada a ti también… —una lagrimita baja por la piel del rostro de Becky—. Quiero verla, debe estar triste porque no me ha visto desde hace… —cuenta con sus deditos, arruga el entrecejo —, es que son muchos días que no sé contar.
Nicolay la observa. Sus ojos azules, grandes, confiados. No puede hacer nada, mas que aceptar a esa petición.
—Está bien, pero en este momento está durmiendo, pequeñita —se levanta