El golpe contra la roca le arrancó el aire de los pulmones. Por un instante, Tala creyó que todo había terminado de nuevo. El recuerdo de su muerte pasada se mezclaba con el dolor actual: la sangre tibia en su frente, las costillas punzantes, el eco de la traición.
El silencio del barranco era sepulcral, roto apenas por el murmullo del viento que subía desde lo profundo. Abrió los ojos con esfuerzo. Aún respiraba. Aún sentía el palpitar de la vida en su vientre.
El dije ardía contra su piel, tibio y constante, como un corazón ajeno que bombeaba por ella. Un resplandor tenue la envolvía, amortiguando lo peor del impacto. No era suficiente para dejarla ilesa, pero sí para mantenerla viva.
No debo moverme…
La certeza la atravesó como un cuchillo helado. La sombra podía seguir cerca, observando, esperando confirmar su muerte.
Se obligó a permanecer quieta, el cuerpo temblando de dolor, los labios resecos apenas entreabiertos para dejar salir un hilo de aire. El recuerdo de su madre resonó